Pages

Cuesta abajo

26 marzo 2008

Marcelo Figueras conoce muy bien el mundo del cómic. Lo conoce como lector, porque supo refugiarse en las batallas de sus personajes. Todos esos cuadros, personajes y globitos conformaban el hermano menor de su pasión más profunda: el cine. Lo conoce como periodista, porque en más de una oportunidad, en Caín mismo y en otros medios, presentó algunos de sus personajes favoritos y sus creadores: Rat de Art Spiegelman, Folly Bololy y Ranxerox creado por Stefano Tamburini y Andrea Pazienza, y retomado por Tanino Liberatore , Torpedo de Enrique Sánchez Abulí y Jordi Bernet (de todos ellos Klamahama está preparando entregas que den cuenta de sus pasos). El mesías eléctrico. Guión: Marcelo Figueras-Dibujos: Pablo Páez
Y lo conoce, a esta altura esgrimiendo directamente las tripas de la bestia, como guionista de historietas, para lo cual supo rodearse de grandes dibujantes que terminaran de dar vida a los personajes que iban saliendo de su pluma. Ya vimos en entradas anteriores que en el suplemento Cain N° 1 apareció la única página de El Mesías Eléctrico, con el trazo exquisito de Pablo Páez.

El mesías eléctrico. Guión: Marcelo Figueras-Dibujos: Pablo PáezMeses más tarde ese incipiente guión se transformaría en un "folletín", una pequeña novela en entregas. Juntos volverían a trabajar juntos en El cruce del Atlántico, publicada en Fierro (esto también lo veremos más adelante).

A esta altura, vale esta aclaración de la periodista Mónica López Ocón en Noticias: "A lo largo de su vida Marcelo Figueras se ha dedicado de manera sucesiva o simultánea a actividades aparentemente muy distintas: cine, periodismo, literatura. Para él, sin embargo, no hay diferencias de fondo entre un oficio y otro, porque considera que los tres le exigen básicamente lo mismo: ser un narrador."

En el suplemento Caín N°3 la apuesta se triplica: aparece Cuesta abajo, en tres páginas una pequeña historia que acompañaba perfectamente el futuro cyberpunk que imaginó Caín para Buenos Aires. Con dibujos de Alfredo Flores y una atmósfera pesada, el drama de un locutor publicitario clandestino (la ley obliga a utilizar registros sampleados) que necesita comprar una mandíbula nueva. Un drama típico argentino en un mundo artificial que bien podría tocarnos.
Cuesta abajo. Guión: Marcelo Figueras-Dibujos: Alfredo FloresCuesta abajo. Guión: Marcelo Figueras-Dibujos: Alfredo FloresCuesta abajo. Guión: Marcelo Figueras-Dibujos: Alfredo Flores

Podés ver las imágenes, en tamaño grande, en nuestras galerías de Flikr.

Buenos Aires en el 2033

25 marzo 2008

Nota del Staff: si ya leiste el texto Acerca del cyberpunk el juego ¿tendrá? sentido.

KOKO WA BUENOS AIRES DES’
O, LO QUE ES IGUAL, ESTAMOS EN BUENOS AIRES. ESO ES LO QUE DIRAN LOS TURISTAS JAPONESES, ALLA POR EL 2033, LUEGO DE ATERRIZAR EN HIJOKO EZEIZA. A PARTIR DE ESE MOMENTO, UNA EMPRESA EQUIS LOS ARRASTRARA POR LOS SITIOS MAS CONVENCIONALES DE LA CIUDAD. EN ESE SENTIDO, NADA HABRA CAMBIADO: EL PANORAMA ESBOZADO POR SU GUIA SERA, SIN DUDA, EPITELIAL. PERO QUIZAS DEJE TRASLUCIR UN ESTADO DE COSAS UN POCO DIFERENTE. EN FIN.
A PARTIR DE ESTE MOMENTO, EL LECTOR NO ES LECTOR SINO TURISTA, Y EL HOY NO ES HOY SINO EL 2033: EL JUEGO COMIENZA. BIENVENIDOS. WELCOME. WILCOMMEN...

Por Eduardo Milewicz y Marcelo Figueras
Fotografías de Eduardo Grossman y Alejandro Bachrach


Icono de Adrián ZahlutBlitztours les desea una muy feliz primera jornada en Buenos Aires, y les recuerda que, a partir de hoy y durante el transcurso de este viaje, la empresa toda se halla a su disposición. Lo que tienen ante sí es la célebre Plaza de Mayo, escenario de varios siglos de historia argentina. Acotado en sus extremos por la Casa Rosada y el Palacio de la Traición (antiguamente denominado Cabildo) y, en los laterales, por la sede de la Corporación Católica, la mole de Mitsubishi-Genentech y el Banco Sinoeuropeo, esta suerte de anfiteatro ha sido contenedor y a la vez testigo de buena parte de la vida del país. Aquí han estallado revoluciones que han reclamado, sostenido o derrocado a presidentes. Aquí han acampado los infantes del general Gogol, durante la guerra, esperando las órdenes que nunca llegaron. Aquí se produjo, inesperadamente, el estreno mundial de la ópera Dalí on clocks, de Philip Glass, cuando la Sinfónica Nacional abandonó su sitial en el teatro Colón, seguida por el público, a efectos de protestar ante el gobierno por sus magros salarios. Por aquí desfilaban las Madres de Plaza de Mayo en torno a un pequeño obelisco que simbolizaba la República, hasta que el Ejecutivo decidió remover el monumento de su lugar -puede vérselo, si así lo desean, en el museo histórico de la Casa Rosada-. En más de una ocasión los aviones oscurecieron el cielo sobre la plaza, bombardeándola, tanto con sobrantes bélicos de la Segunda Guerra como con napalm o fuego arameo. Se la ha visto atestada, desierta, alambrada, con los mosaicos resquebrajados por el sol, nevada, ocupada por tropas, electrificada. Y, a pesar de lo mudable de las circunstancias históricas, buena parte de la población conserva la plaza como un ágora donde vertir sus humores. Algunos estudiosos aventuran que se trata de algo inscripto en el inconsciente colectivo de los locales. Otros, como J. P. Navarro Icaz, pretenden que las motivaciones son religiosas. La Curia Psicoanalítica sospecha, por su parte, que este predio no es sino un memento del célebre vacío de castración.
La Organización Negra. Foto de Alejandro Bachrach
En el Palacio de la Traición, esta construcción que ven sobre su izquierda, tuvo lugar la Fundación de la República, a inicios del siglo XIX. De acuerdo a los cronistas, todo ocurrió en una mañana lluviosa, en un tiempo en que las mañanas lluviosas eran un hecho infrecuente. Sobre este edificio se concentraron los rancheros, comerciantes y profesionales de la ya próspera ciudad, reclamando se aprobara la Ley Fundamental del país, a la que los argentinos también conocen como Constitución. En los microcines del Palacio se proyecto constantemente una dramatización del hecho, doblada al inglés, japonés y alemán, a la que podrán acceder en instantes. Eso sí: el logo de Sony Corp, que destaca detrás de una diligencia, no significa que la empresa funcionara ya en ese entonces. Es lo que maestros llamarían una licencia poética: fue el aporte de Sony el que financió parcialmente la reconstrucción fílmica del hecho. De estilo colonial hispano, el antiguo Cabildo no es más que una reconstrucción, como el Partenón, de tamaño algo menor que el original.

Icono de Adrián ZahlutEstamos frente a la Casa Rosada. Allí labora el Primer Ministro, cabeza ejecutiva de la entente cívico-militar que gobierna la República. El actual Premier es un civil, abogado de profesión, tal como lo establece la legislación argentina. El Presidente, también por ley un miembro de las Fuerzas Armadas, mora en una finca de las afueras de la city, en una zona residencial llamada Olmos, a la que conocerán durante las próximas jornadas. La Casa Rosada tampoco conserva su fisonomía original. La asonada militar del '93, popularizada como la Segundo Restauración, decretó como primer acto de gobierno la demolición del inmueble. Luego vendría la reconstrucción, cuyos tramos finales aún se pueden observar. Durante esos años en que no hubo Casa Rosada, la sede del poder se trasladó a Campo de Mayo, un complejo edilicio del Gran Buenos Aires que, pese a su nombre, nada tiene que ver con esta plaza. En su estado actual, la Rosada no restringe el acceso al turista. La mayor parte de su instalación corresponde a un museo histórico, al que pueden visitar, si lo desean, contratando la excursión en la oficina de Blitztours. Recomendable: además de la mencionada Pirámide de Mayo, podrán apreciar la tumba del Presidente Chede y el pequeño estudio de video en que el General Tagarra registraba sus diarios mensajes al país. En caso de acudir al recinto, se sugiere no lleven sobre sí objetos de valor.

En un paso, por Rivadavia y Diagonal Norte, se desemboca en el Obelisco, del que ya han oído hablar anoche, a su llegada a esta ciudad. Sin duda alguna, una de esas obras monumentales que operan como signos, emblemas de un lugar determinado, como la torre Eiffel, la columna de Nelson en Trafalgar Square, la Estatua de la Libertad y el Vietnam Memorial de Arlington. Nos acercamos ahora al simulador Antártida Argentina, predio de seis hectáreas limitado por las calles Lavalle, Libertad, Córdoba y Uruguay. Se trata de un vasto Centro Municipal, el mayor dedicado al deporte y el adiestramiento infantil en el corazón mismo de la ciudad. Es aquí donde se desarrollan los anuales Campeonatos Alfonsín. Al caer la noche, pululan músicos, mimos, titiriteros, siempre buscando la delicia de los más pequeños. De aquí nos vamos a la Recoleta, donde visitarán unos monumentales centros comerciales que nada tienen que envidiar a los malls americanos o las grandes tiendas japonesas. Descubrirán allí lo más novedoso en electrónica, haute couture (Georges Marciano, Levi's, Code Bleu), prótesis anatómicas –en especial alemanas– e, incluso, arte. Un Roux, por ejemplo, se vende en Portela a 120.000 dólares. Para los interesados en lo autóctono, en lo específico argentino, existen stands donde podrán adquirir piezas de cuero, mates, cigarros de chala, cerámicas y, por supuesto, los disc-gamma con sus registros de tango favoritos. Los varones pueden hacer tiempo en el centro de videogames, previa presentación de su Lifecard o seguro de vida.

Almuerzo en Edwin's.
Tarde: Paseo por las viejas instalaciones del Puerto, donde hoy funciona un pintoresco Bingo.
Chip CityEn esta zona, la de las antiguas dársenas, se erige esa ciudad-dentro-de-la-ciudad a la que se conoce mundialmente como Chip City. Sin duda, una de las partes más emocionantes de nuestro recorrido. Todos saben que, así como Hong-Kong fue durante años, el centro del comercio de opio, y New York el centro del tráfico de armamentos, Buenos Aires es hoy una de las capitales del comercio –clandestino, claro está- de tecnología electrónica, en lo que hace a informática y microbiología. Aquí se dan cita los espías más importantes del mundo moderno: los que se especializan en hurtar programas a las computadoras centrales de empresas y naciones. Aquí cierran tratos, también, los más peligrosos asesinos a sueldo: los que liquidan a computadoras, circuitos, cerebros electrónicos, como en otra época se hacía con los hombres. Se los llama hackers. Suelen vestir trajes charolados como aquellos individuos a los que rogamos mirar disimuladamente. Este, Chip City, un submundo dentro de Buenos Aires, es su centro de operaciones. Fue aquí donde McCoy Pauley recibió el encargo que lo llevó a saquear el Centro de Información de Servicios de informática (CISI), donde se conservaban todos los datos sobre el poderío nuclear de Francia. Fue aqui donde Chicho de Vicenzi recibió su millón de dólares por asesinar a Louella, la computadora central de la Fuji Electric Company. Fue aquí donde Julius Deane subastó el shifter arrancado a la NASA, que costó la Presidencia a George Ruiz Jr.

Este mercado negro de Buenos Aires floreció en las primeras décadas de este siglo, en virtud de la neutralidad de la República durante la guerra. El gobierno alentó la no restricción al ingreso de extranjeros, redujo a cero las cargas impositivas e hizo la vista gorda en el reciciaje de ganancias al exterior. Hoy día, muchas de las transacciones tienen lugar en pulcras oficinas y no en estos puestos callejeros. Pese a ello, se ha querido conservar intacta a Chip City, puesto que constituye una de las mayores atracciones que Buenos Aires ofrece al turismo internacional. Observen, pues, los puestos de venta de sushi, los músicos ambulantes, los dealers regateando el precio de las microtoxinas, las omnipresentes bicicletas.

Se calcula que el 42 por ciento de la población de Buenos Aires vive de las ganancias que arroja el mercado negro y las múltiples ramificaciones de la circulación clandestina. Lo de clandestino vale la pena explicarlo, es poco más que una expresión folklórico. Pueden adquirir lo que deseen, sin inconvenientes. Desde un microchip subcutáneo para detener la erosión neuronal, hasta un soft completo de procedencia belga para diseñar una turbina termonuclear. No abonen en efectivo: utilicen siempre la tarjeta de crédito.

Té en La Casa de Aurora.
Descanso hasta la hora de la cena.
Tangoshow en Michelángelo 14.

El tango es la música de Buenos Aires por excelencia. Una suerte de blues portuario, lamento, danza de diluido contenido erótico, letra y compás al servicio de una desilusión. Se forjó en prostíbulos frecuentados por matones, marineros, anarquistas. El tango ha producido los mejores cantantes argentinos: Gardel, Julio Sosa, Roberto Goyeneche, Carlos García, Guillermo Fernández, Esteban "Baquelita" Ishimaru. ¿Quién no conoce Cuesta abajo, Mi Buenos Aires querido, Melancóico y sentimental? El tango también, ha colocado a la música argentina en los sitiales de preferencia que siempre mereció: tanto el Celedonio Blues, de Piazzolla, como el Opus Nigrum de Salgán y La calesa, de Narita, han sido interpretadas por las más reputadas batutas del mundo. Básicamente un ritual, el tango conserva aún los elementos propios de su ceremonia. Los sombreros requintados, pañuelo al cuello o smokin, polleras con tajo en caso de haber mujeres. El decir sentencioso, el gesto teatral. En este sitio, en el que ustedes cenarán hoy, se bailaba tango hace siglo y medio.
Dentro de estas paredes se vio a muchos varones fajar -esto es, castigar físicamente- a sus queridas, por una mirada destinada a otro hombre. Aquí se han cruzado cuchillos, y la sangre de los vencidos ha opacado las alfombras. Aquí han batallado las pandillas entre sí, Players versus Angeles Caídos, Fosforitos versus Victroleros, los nunchakus dibujando flores en el aire, topándose con sus motocicletas, por lavar una afrenta o simplemente por marcar los límites de un territorio.

En breves instantes podrán ordenar la cena a la carta, con un menú internacional que prevé desde el más delicioso chop suey hasta crêpes suzettes o una simple hamburguesa, para los de hábitos sencillos. Se recomiendan especialmente los vinos rojos, para estar a tono con el ambiente de tango.
Sobre el final tendrán a su disposición instructores de baile, a ambos lados de lo pista, para quienes quieran probar el fuego de la danza. Pensando en los hombres, un servicio especial: si pretenden internarse realmente en el clima de tango, podrán fajar a su gusto a cualquiera de las mujeres que están colocadas junto al mostrador de estaño. El juego está incluido en la consumición. Para los trasnochadores, se recuerda que deberán estar en sus cuartos del hotel antes de las 23. Esta República se encuentra bajo pacto de sitio, por lo que hallarse en sus calles a destiempo puede ocasionar molestias imprevistas a los visitantes. No olviden portar en todo momento sus documentos de identidad ocular. La Municipalidad de Buenos Aires tiene la costumbre de informar a los turistas el lema que preside su programa de convivencia pacífica: “El silencio no es tiempo perdido". Sepan ustedes colaborar. Hasta mañana. Till morning. Shitsurei shimas’...

se sabe, Yerba mala...

PRIMER CONTACTO CON LA CIUDAD
Buenos Aires es una ciudad que ama su pasado y vive en él. Aquí los días fluyen con el añejo sabor del siglo XX. Aún hay palomas, jubilados, escasez de espacio, calles estrechas o recién asfáltadas, automóviles a nafta y policías que ordenan la circulación peatonal.
* * *
Porteros: es oportuno advertir que los señores con las llaves en el ojal, que desempeñan el cargo de porteros, son personas de una posición envidiada en la sociedad de Buenos Aires. Ellos, y no otros, son los que tratan con el huésped, incluso abriéndoles puertas secretas.

* * *
Al atardecer, docenas de artistas arriban al simulador Antártida Argentina, para desplegar sus rutinas ante los ojos azorados de los niños. Estos mimos, por ejemplo, se cuentan entre sus favoritos. "Me dan ternura", explica Sibila, de 4 años.

* * *
Chip City se ha convertido en uno de los enclaves más requeridos por el turismo internacional. A los hackers y los stands de las más importantes firmas internacionales en materia de electrónica, se han sumado en los últimos tiempos verdaderos anticuarios, cuyo despliegue de antiguallas -algunas, incluso, de 1970- agregan un toque de pintoresquismo al ya tradicional mercado.

* * *
No portar encima los documentos de identidad ocular es, para los policías de Buenos Aires, un delito en sí mismo. No sólo implica un futuro incierto para el turista, varado en algún punto del laberinto carcelario local, sino que lo deja librado al castigo físico por parte de los agentes, a quienes la ley protege en ese albur.

* * *
"Alguien debería alertar a los turistas", alega Trix Del Prete, de la Asociación Pro Fidelidad al Orillero, "respecto al engaño en que se han convertido las orquestas típicas. Los tangueros de ley han muerto hace décadas, y los que hoy ocupan sus lugares no son sino actores, mimos, modelos, apegados a un viejo disc-gamma del que no saben sino hacer playbacks. Un escarnio, vea".

* * *
  • PROCURE MANTENER SU EQUIPAJE DE MANO CERRADO.
  • NO DEJE SU VEHÍCULO DE ALQUILER EN LA CALLE. HÁGALO SIEMPRE EN UN GARAJE.
TYRRELL Corporation
La mayor eficacia
en el campo de la
intermediación.
Para cada
consumidor,
un intermediario
profesional.
Consulte nuestras
guías y ahorrará
tiempo y dinero.

Fuente: suplemento Caín Nº 3, revista Humor ®, Julio 1987
Las imágenes fueron tomadas del suplemento original. Podés ver las páginas en tamaño grande en nuestras galerías de Flickr.

Acerca del cyberpunk

DES INFORMACIÓN


Por Marcelo Figueras

Durante 1984, el escritor William Gibson se alzó con los tres premios más importantes de la ciencia ficción actual, el Hugo, el Nebula y el Philip K. Dick Memorial. Fue una novela, Neuromancer, la que le valió esos galardones. El éxito de Gibson y su libro marcó el inicio de un
movimiento al que se dio en llamar cyberpunk, por su mixtura de la imageniería punk y la jerga propia de la cibernética. Pronto se sumaron nuevos novelistas a esa corriente literaria: Greg Bear, Lewis Shiner, Bruce Sterling, entre otros. Surgieron, incluso, cientos de revistas underground sobre el tema, y un mensuario, Cheap Truth, dirigido por Sterlin bajo el seudónimo de Vincent Omniaveritas.

Las reglas del juego propuestas por Gibson & Co. son las siguientes: pensar un futuro no distante, sino inminente, aplicarle el ritmo y la estética punk -estética de la sordidez- y describirlo con el lenguaje seco, punzante de la novela hard boiled americana. Algo similar a lo que Ridley Scott hizo en el terreno cinematográfico con Blade Runner: filmar la Los Angeles del 2000 como si se tratara de una película policial negra, con un protagonista que no es sino un Bogart del futuro.Como si Dashiell Hammet viviera y se dedicara a escribir ciencia ficción. Como si Lou Reed cambiara la guitarra eléctrica por la máquina de escribir. El movimiento cyberpunk está concretando su expansión al territorio de la historieta, de la música, del cine, trascendiendo así las fronteras físicas de los Estados Unidos.

Quizá no prenda nunca en la Argentina, aunque la materia prima sobreabunde: resulta arduo imaginar, para este solar del mundo, un futuro que no sea sórdido. De todos modos el boom es una bueno base para el juego: vale la pena tratar de concebir una Argentina cyberpunk, con Bairolettos que roban computadoras y androides oriundos de Pompeya.

Las páginas que siguen (Buenos Aires en el 2033) no son sino un intento de jugar ese juego: la advertencia está hecha...

Los derechos de Neuromancer han sido ya vendidos al cine. De acuerdo con Mikal Gilmore, de Rolling Stone, colaborarán William Burroughs y Timotthy Leary como consultores, Douglas Trumbull (2001, Blade Runner) a cargo de los efectos especiales, Andy Summers con la música y Peter Gabriel como actor, en uno de los papeles principales. (Nota del Staff: recuerden que este texto fue publicado originalmente en 1987. Queda como tarea para el hogar averiguar que pasó con este proyecto. Y contarlo. Todo. A Klamahama, por supuesto).

Fuente: suplemento Caín N° 3, revista Humor, julio 1987

Más información en Wikipedia y otros puntos de la red:

Caín, Suplemento N° 3

23 marzo 2008

Suplemento Caín Nº 3, revista Humor, Julio 1987




Suplemento Caín Nº 3, revista Humor, Julio 1987Las fotos pueden verse, en tamaño grande, en nuestras galerías en Flickr.

Etapa: suplemento en Humor ®
Año: 1987
Nº 3 -Julio de 1987

El tercer suplemento Caín invitaba al lector a abrir completamente las puertas de la imaginación. De entrada dan las pistas-reglas y anuncian que se trataba de un juego ("concebir una Argentina cyberpunk"), basados en el movimiento que se originara tras el éxito de la novela Neuromancer, de William Gibson.

Marcelo Figueras y Eduardo Milewicz, entonces, plantean una Buenos Aires del 2033, futura, claro, pero arrabalera todavía y más marginal que nunca. El contexto: una visita guiada para turistas.

El texto, que podría funcionar perfectamente como base para el guión de nuestra Blade Runner, es una pieza que no se aleja de lo periodístico (la descripción de la ciudad y de sus emblemas es un perfil excelente) y al mismo tiempo se mueve en el terreno de la novela.

Esta vez, la historieta hace valer su protagonismo y se gana tres páginas: publican "Cuesta abajo" una historia de prótesis, homeópatas y voces artificiales, con guión de Figueras y dibujos de Alfredo Flores.

Las fotografías de Alejandro Bachrach (escenas de UORC, espectáculo de La Organización Negra) y de Eduardo Grossman aportan a la ficción los elementos gráficos necesarios para que el lector vea caer su mandíbula, como quía de Vilma.

EL PERSONAL DE BLITZTOURS
Gerente, pero poco: Marcelo Figueras
Chief designer: Fabián Di Matteo
Fotógrafo de tapa: Eduardo Grossman
Modelo: Fito Páez (80 añitos)
Autora del grabado de tapa: María Inés Tapia
Dibujante historieta: Alfredo Flores
Letras: Adrián Zahlut
Antiguallas electrónicas: Viditec S.A.
Prestó su stand: Ciri Pz, de la feria de Belgrano
Arriesgó el bandoneón: Vicente Rossi, ídolo
Dedicado a los que redactaron la Constitución, obra magna de la ciencia ficción argentina

Cuando el art atack

19 marzo 2008

María del Valle, asesora en diseño de Klamahama, creative mind, Uma´s mother (near future), y otros asuntos que no vienen al caso, expone en Flickr algunos de sus trabajos recientes: pinceles y acrílicos por un lado, Macromedia Freehand y Adobe Illustrator por otro y un tercero donde se mezclan las técnicas. Asistida por una cámara de fotos, el Sagrado Corazón de Photoshop y la gracia del Tiempo En Que Tarda en Llegar La Cigüeña, completa una serie de piezas que con orgullo mostramos acá.

MDV recibe opiniones en la casilla mariadelvalle.kh@gmail.com
La galería de Flickr podés verla acá.
Y este es su MySpace con su perfil, más imágenes y algunas de sus remeras (actualmente prepara otras que en breve estarán disponibles).


Manifiesto canalla

14 marzo 2008

Naumon by La Fura del Baus

La Fura dels Baus, 1983

F.D.B.–No es un fenómeno social, no es un grupo, no es un colectivo político, no es un círculo de amistades afines, no es una asociación pro-alguna cosa.
F.D.B.–Es una organización delictiva dentro del panorama actual del teatro.
F.D.B.–Es el resultado de una simbiosis de diez elementos bien diferenciados y peculiares que se favorecen mutuamente en su desarrollo.
F.D.B.–Se aproxima más a la autodefinición de fauna que al modelo del ciudadano.
F.D.B.–Es un teatro de conducta sin reglas y sin trayectoria preconcebida. Funciona como un engranaje mecánico y genera actividad por pura necesidad y empatía.
F.D.B.–No quiere saber nada del pasado, no aprende de las fuentes tradicionales y no le gusta el folklore prefabricado y moderno.
F.D.B.–Produce teatro mediante constantes interferencias entre si de intuición + investigación.
F.D.B.–Experimenta en vivo. Cada acción representa un ejercicio prático, una actuación agresiva contra la pasividad del espectador, una intervención de impacto para alterar la relación de éste con el espectáculo.


Esta y otras imágenes de La Fura se pueden ver, grandes, en nuestras galerías de Flickr.

Argumentum Ornithologicum

Cierro los ojos y veo una bandada de pájaros. La visión dura un segundo o acaso menos; no sé cuántos pájaros vi. ¿Era definido o indefinido su número? El problema involucra el de la existencia de Dios. Si Dios existe, el número es definido, porque Dios sabe cuántos pájaros vi. Si Dios no existe, el número es indefinido, porque nadie pudo llevar la cuenta. En tal caso, vi menos de diez pájaros (digamos) y más de uno, pero no vi nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres o dos. Vi un número entre diez y uno, que no es nueve, ocho, siete, seis, cinco, etcétera. Ese número entero es inconcebible; ergo, Dios existe.

Argumentum Ornithologicum
Jorge Luis Borges, Ficciones, 1960

Los dos finales de La naranja mecánica

El origen del nombre de la novela, las influencias del autor, el lenguaje nadsat, la técnica de Ludovico y la película de Kubrick, entre muchos otros detalles, analizados con precisión quirúrgica.
Por Carlos Gamerro (*)

La naranja mecánica nació de dos experiencias personales del autor. En 1944, mientras Anthony Burgess servía en Gibraltar, su esposa embarazada fue atacada, golpeada y robada por cuatro desertores del ejército, a resultas de lo cual perdió el embarazo. Nunca habría otro, y el autor siempre sintió que el alcoholismo y la temprana muerte de su mujer fueron consecuencia directa de esa experiencia. El episodio es recreado en la novela cuando Alex, el protagonista, y sus tres compinches o drugos entran a la fuerza en la casa del escritor F. Alexander, quien está trabajando en el manuscrito de una novela titulada, precisamente, La naranja mecánica. Los drugos destruyen el libro, golpean salvajemente al escritor - aunque sin dejarlo paralítico como en la versión cinematográfica - y lo obligan a mirar mientras violan a su mujer, quien morirá poco después. Burgess dijo que eligió narrar el episodio desde el punto de vista de los atacantes y no de las víctimas como 'un acto de caridad' hacia los agresores de su mujer, y la casi identidad de los nombres Alex y Alexander puede tomarse como otro intento de acercamiento; pero también es posible ver en ello razones menos altruistas: la necesidad de expiar la culpa de no haber estado, obligándose no solo a verlo sino a sufrirlo él también; la tentación de invertir la situación traumática, poniéndose en el lugar del que tiene el poder y el control; la opción de permitirse el amargo placer de la venganza ficcional, cuando hacia el final de la historia sea Alex el que se encuentre indefenso en manos del escritor.
El otro episodio fue inmediatamente anterior a la redacción de la novela. En 1960 se le diagnosticó a Anthony Burgess un tumor cerebral, y se le dio un año de vida. Decidido a asegurar el futuro de su mujer mediante los derechos de autor, escribió cinco novelas y media en un año, al cabo del cual se encontró todavía con su vida en sus manos. Burgess viviría otros 33 años, y la media novela, completada, se convertiría eventualmente en La naranja mecánica. Aparte de comprobar que no era tanto el apuro, tuvo otros motivos para darse un respiro y permitirse repensar la obra. Burgess había encontrado un tema y una ambientación, pero le faltaba algo esencial: el lenguaje. Su estudio del ruso, en preparación de un viaje a la U.R.S.S. que realizaría al año siguiente, fue lo que le permitiría inventar el nadsat, dialecto juvenil en el que hablan los protagonistas y está narrada la novela, una mezcla de ruso y slang angloamericano rimado, aderezado con pronombres y formas de dicción del inglés isabelino (en su primerísima versión, la historia transcurría en tiempos de Shakespeare, origen que dejó sus huellas en el lenguaje y también en la vestimenta de Alex y sus drugos).
Además de escritor y compositor, Burgess fue un lingüista políglota, apasionado de los idiomas, dialectos y jergas (el lenguaje de los hombres de la edad de piedra en el film La guerra del fuego (1981) de Jean-Jacques Annaud, le pertenece), y uno de los críticos más perceptivos de la obra de James Joyce (sobre la cual escribió los esenciales ReJoyce y Joysprick). Para su novela había pensado en un principio en el lenguaje de los Teddy Boys, los Mods y los Rockers, cuyos enfrentamientos callejeros, de los que fue testigo en Brighton y Hastings, sirvieron de modelo e inspiración para la violencia de La naranja (poco después, en Leningrado asistiría a episodios semejantes, que confirmarían su intuición de que la violencia juvenil no es un fenómeno exclusivo del mundo capitalista). Pero la utilización sistemática de un slang contemporáneo tomado de la calle - sobre todo si se usa en la narración y no meramente en los diálogos - supone un grave peligro. Nada envejece más rápido que la jerga adolescente: el lenguaje del libro puede haber pasado de moda en menos de una generación, y todos conocemos el efecto no sólo anacrónico sino risible del "lunfardo de época", sobre todo el de la época inmediatamente anterior: imaginemos una novela o película argentina actual donde los adolescentes se la pasaran diciendo "brutal," "mató mil," "cheto," "mersa," "frula," "gomas," etc. Raymond Chandler, enfrentado al análogo problema de representar el habla de gangsters y ladrones, resumió con su habitual precisión las dos soluciones posibles: "el uso literario del slang es un arte en sí mismo. He descubierto que hay sólo dos clases que sirven: el slang que está establecido hace rato en la lengua, o el tú mismo has inventado. Todo lo demás habrá pasado de moda para cuando el libro llegue a la imprenta." <9>
J. D. Salinger, que unos diez años antes de Burgess tuvo que lidiar con la cuestión en El guardián en el centeno, optó por una variante de la primera alternativa: para encontrar la voz de su narrador Holden Caulfield, indiscutible pionero del dialecto literario adolescente, Salinger combina las palabras del argot histórico del inglés con las palabras nuevas que tenían mayores posibilidades de perdurar en el tiempo, por lo cual su novela puede ser leída 50 años después, incluso por lectores adolescentes, sin la incómoda sensación de la que hablamos. Esta es una de las pruebas más difíciles que el paso del tiempo le propone a un escritor: saber tomarle el pulso al lenguaje y percibir, en las palabras del presente, sus posibilidades de vida futura. (Hasta cierto punto, cualquiera de nosotros puede intentarlo: no es arriesgado predecir que términos relativamente nuevos como "trucho" o "ñoqui" tienen una larga y saludable vida por delante, mientras que otros como "masa" o "joya", tienen los días contados.). Burgess, cuya novela, con su lenguaje adolescente, su por momentos pringosa primera persona y sus constantes apelaciones a la complicidad del lector, puede considerarse el reverso oscuro de la de Salinger - Holden y Alex constituirán a partir de su publicación dos modelos posibles de rebeldía adolescente, angélico y diabólico, que la literatura y el cine explorarán de allí en más -optaría por la segunda alternativa.
Escribir una obra literaria en un lenguaje inventado, y proceder a crear ese nuevo lenguaje injertando palabras de otros idiomas en las palabras de la propia lengua, era una osadía que Burgess aprendió de su idolatrado Joyce, y varios términos del nadsat, como malchicks (muchachos) o malenky (poco) llegaron al nadsat del ruso vía Finnegans Wake.(El de Joyce y Burgess es un caso testigo de lo fatal que pueden ser a veces las relaciones de filiación literaria: a diferencia de la de Beckett, quien al precio de escribir en otra lengua logró sacudirse el yugo, la carrera literaria de Burgess transcurrió entera bajo la sombra de su demasiado genial precursor). Burgess situó su novela en un futuro cercano (principios de los setenta) y contra la tendencia de la ciencia ficción a definir lo fundamental de su futuridad en términos de ambientación o tecnología (algo que necesariamente funciona mejor en el cine que en literatura) apostó todo al lenguaje: el sabor del futuro corresponde en su novela al sonido del lenguaje del futuro. La justificación de por qué los jóvenes de su mundo presumiblemente inglés hablan una jerga basada en el ruso es tan débil ("la mayoría de las raíces son eslavas. Propaganda. Penetración subliminal" dice algún personaje en la segunda parte) que es mejor ignorarla; en nada ayuda además, saber si vienen del ruso o de alguna otra lengua: el contexto en general las explica y la mayoría son tan poderosas que el lector pronto las prefiere a las de la suya propia. Y aunque sean lo primero que salta a la vista, o al oído, no son tanto las palabras en sí, sino el apoyo que prestan a una sintaxis insidiosa, envolvente y profundamente musical, plena de rimas internas y repeticiones hipnóticas, las que otorgan a la prosa de Burgess (uno está tentado a corregir, de Alex) su inolvidable poder expresivo.
El potencial cinematográfico de la novela fue evidente desde un principio, y antes de Kubrick hubo dos intentos de llevarla al cine: el primero, en 1967, con guión de Terry Southern, comprometió a los Rolling Stones en todos los aspectos, desde la banda sonora al protagónico de Mick Jagger como Alex. El segundo fue al año siguiente, con la dirección de Ken Russell, quien terminaría dejándola por su versión decimonónica, Los demonios de Dostoievski. Pero el destino quiso que la novela, y con ella su autor, se volviera famosa a partir de la versión cinematográfica de Stanley Kubrick (1971) hacia el cual sin embargo (o quizás, precisamente por eso) Burgess mantuvo siempre una actitud ambivalente (por un lado le dedica su novela Napoleon Symphony, por el otro escribe una versión musical de La naranja mecánica que incluye la siguiente indicación escénica: "entra un hombre con la barba de Stanley Kubrick tocando, en exquisito contrapunto, 'Cantando bajo la lluvia' en una trompeta. Lo sacan a patadas del escenario." En parte las diferencias entre ambos tuvieron que ver con el final de la película, que nos ofrece un Alex cínico e irredento que vuelve a las andadas, ignorando así el último capítulo de la novela, en el cual el protagonista se reforma y quiere casarse y tener un bebé; pero es necesario aclarar que la eliminación del capítulo final no fue responsabilidad de Kubrick, quien nada sabía de él cuando empezó a trabajar en la película, sino del editor norteamericano, Eric Swenson, quien amablemente sugirió a Burgess que debía sacrificarlo si quería publicar en los E.E.U.U. (Probablemente sea éste el único caso en el cual los editores norteamericanos y, más increíblemente aun, el cine norteamericano, le impongan un final cínico o pesimista a un autor que escribió uno positivo y feliz.) Por eso, durante casi cuarenta años tanto la versión norteamericana como la española basada en ella han venido circulado con un capítulo de menos, y recién en 1999 Ediciones Minotauro de España publicó la versión completa de 21 capítulos. Es decir que en nuestro país tanto quienes leyeron la traducción española como quienes vieron la película no conocen este final, que en la novela afecta además el diseño formal: Burgess la había estructurado en tres partes de siete capítulos cada una, para corresponder a las siete edades del hombre y sumar 21, la edad en la que el joven se vuelve adulto. En la edición norteamericana y en el film, Alex se confirma hacia el final, con más fuerza que nunca, como el Peter Pan de la delincuencia juvenil. Pero se reforma y se hace adulto en el capítulo suprimido de la versión original, del que ofrecemos un breve resumen:
Ya curado del condicionamiento del "tratamiento Ludovico", Alex ha reunido una nueva banda de drugos y vuelve a los ambientes de siempre. Los lugares, las actitudes, las palabras son las mismas que al comienzo, reforzando esa simetría de fábula o cuento de hadas que es uno de los grandes aciertos de la novela, sólo que Alex no es ahora el menor sino el mayor de la pandilla, y ya no parece divertirse como antes. Al pagar unas copas se le cae la foto de un bebé gordito que había recortado de una revista y llevaba en el bolsillo, y sus drugos, tan estupefactos como los lectores, apenas atinan a burlarse de él. Ya solo, Alex se encuentra en la calle con Pete, uno de los sobrevivientes del grupo original, quien ha abandonado la delincuencia y el nadsat, consiguiéndose un trabajo de oficina, un pequeño departamento y una mujercita llamada Georgina con la cual concurre a tranquilas fiestas que incluyen vino en copas y juegos de entretenimientos. "Ah, era eso. Ahora Alex saca su britva y los corta en tiritas" se dice el lector aliviado, pero no. Alex conversa con ellos amigablemente y se aleja lleno de sana envidia, con visiones de llegar del trabajo a casa para encontrarse con su mujer esperándolo con la comida lista y el bebé gorjeando en su cunita del cuarto vecino, y decide que al día siguiente comenzará a búsqueda de una madre para el bebé que anhela.
¿Qué llevó a Burgess a perpetrar este engendro? ¿Habrá sido que Alex se había vuelto demasiado poderoso, y su autor, asustado, decidió que había llegado la hora de aplicarle el equivalente literario del tratamiento Ludovico? Hay pocos ejemplos tan flagrantes en toda la literatura de sustitución a último momento de una lógica estética por una ética, de un autor irrumpiendo en su relato para imponerle a último momento a la historia y a los personajes sus propias opiniones e ideología. Lo que Burgess había querido escribir, desde un principio, era una fábula moral sobre el libre albedrío, pero en algún punto (probablemente en la primera oración, cuando Alex empieza a hablar, o quizá en la segunda, cuando el nadsat comienza a infectar a la lengua huésped) la cosa se le fue de las manos. La novela cuenta la historia de un joven criminal, violador y asesino que es sometido por el estado al "Tratamiento Ludovico", que implica obligarlo a mirar imágenes de extrema violencia bajo el efecto de ciertas drogas que le producen sensaciones físicas de angustia y muerte. Así condicionan su cuerpo (no su alma, ni siquiera su mente) a rechazar los actos de sexo o violencia, y como efecto colateral, condicionándolo contra la música clásica que acompañaba la proyección de los films. El tratamiento no suprime el impulso a hacer el mal (más bien todo lo contrario), sino la conexión entre impulso y acto: en el futuro, cada vez que "el sujeto" sienta el deseo de violar o lastimar, un reflejo condicionado de náusea y pánico lo paraliza. Así deja de ser una amenaza para la sociedad, pero también deja de ser un ser humano, ya que, como dice de Alex el capellán de la prisión, portavoz ocasional de su católico autor: "¿No tiene alternativa, ¿verdad? La autopreservación, el miedo al dolor físico lo llevaron a esa humillación grotesca. Su insinceridad era evidente. Ha dejado de ser un malhechor. También ha dejado de ser una criatura capaz de realizar una elección moral."
Para ilustrar su tesis Burgess eligió a un criminal que lastima por placer, que ni siquiera tiene motivación económica para delinquir (la explicación sociológica de la criminalidad juvenil es objeto de burlas en la novela). Una fábula liberal y bienpensante nos hubiera propuesto en cambio el caso de un disidente, un intelectual o un artista resistiendo las presiones de la Inquisición, o de un régimen estatal totalitario, pero así cualquiera se pone a favor del derecho a la libertad y en contra de la manipulación mecánica del hombre por el estado. Pero Burgess, escritor católico al fin, nos propone un dilema más comprometido: ¿qué sucede si quien representa a la libertad de elección no es una figura heroica sino nuestro enemigo, y si la libertad que debemos defender es la suya de robarnos, violarnos y matarnos? La pregunta está así planteada con toda crudeza, con la valentía adicional que supuso para Burgess elegir no un ente abstracto, sino uno de los hombres que arruinaron la vida de su mujer y marcaron la suya para siempre. Pero Burgess no se contenta con plantear la cuestión, quiere demás responderla de manera unívoca: está claro que para él es mejor que un hombre pueda elegir ser malo a que lo obliguen a ser bueno. Decidido a probar su tesis, debió temer que un final en el cual Alex siguiera matando y atacando a gente como sus lectores (los amantes de la lectura, hay que decirlo, no la pasan nada bien en sus manos) y arruinara su mensaje: "Sí, todo muy lindo esto del libre albedrío pero mirá como el bestia éste sigue masacrando gente. Al final lo que le hicieron en la cárcel no estaba tan mal" podría pensar más de uno. Burgess debe probar que quien es libre para elegir el mal también lo es para elegir el bien, y en el último y controvertido capítulo Alex, sin que nadie lo presione, se cansa de la mala vida y decide convertirse en un ciudadano modelo. Como teología, como teoría social o psicología puede ser aceptable; como literatura, equivale a asesinar la novela.
Quizás haga falta aclarar que el foco de la novela no es tanto el comportamiento criminal en general sino la criminalidad adolescente (Alex tiene quince años en la novela, en la película un Malcolm McDowell de 28 lo vuelve mucho mayor), que en muchos casos efectivamente desaparece con la madurez. Burgess había pensado en un epígrafe shakesperiano tomado de Un cuento de invierno: "Ojalá no hubiera nada entre los diez y los veintitrés años, o que la juventud pudiera dormirse de un tirón; porque en ese intervalo no hay más que preñar jovencitas, burlarse de los ancianos, robos, peleas..." El final feliz de La naranja se ve matizado por la melancólica reflexión de Alex de que si bien él ya ha dejado atrás esa etapa, su hijo deberá atravesarla, y luego su nieto, y su bisnieto... El enigmático título del libro, que básicamente alude a la condición de Alex después del condicionamiento que lo ha convertido en un hombre mecánico (el incurablemente finneganiano Burgess, que venía de pasar seis años en Malasia cuando comenzó la novela, no ignoraba que en la palabra inglesa orange se agazapa la malaya orang, "hombre" ) adquiere en el último capítulo una explicación adicional: "Sí, sí, la juventud debe quedar atrás. Porque ser joven es como ser un animal. O más bien, como uno de esos juguetes malencos que se videan en la calle, como esos chelovecos de lata que les das cuerda y hacen grrr grrr grrr y sale iteando, como caminando, oh hermanos míos, pero camina en línea recta y se choca con las cosas, choca y choca y no puede evitarlo. Ser joven es ser como una de esas malencas máquinas... y así itearía todo hasta el fin del mundo, una y otra y otra vez, como si un bolche cheloveco, nada menos que Él, el viejo Bogo, hiciera girar y girar y girar una vona grasña naranja entre sus gigantescas rucas".
La novela de Burgess se sitúa con justicia como tercer hito de la fértil tradición inglesa de las distopías o utopías negativas: de Un mundo feliz (1932) de Aldous Huxley, Burgess toma la idea del condicionamiento neo-pavloviano, el uso sistemático de drogas sintéticas y de la cultura hedonista y juvenil; de 1984 de George Orwell (1949), la imagen de un futuro totalitario hecho a partir de la combinación de lo peor del fascismo, del comunismo y del welfare state (estado de bienestar) capitalista. Algo en cambio que es propio de Burgess es su escepticismo acerca del rol educativo y liberador de las artes y la alta cultura. Tanto el futuro hedonista de Huxley como el espartano de Orwell coinciden en la necesidad de suprimir el arte, la música y la literatura para mejor someter a la humanidad. Burgess, con más tiempo para aprender la lección de Auschwitz (los nazis que dirigían los campos de concentración eran a la vez refinados amantes de Goethe, Wagner, Beethoven) convierte a su brutal protagonista en un exquisito degustador de la música clásica - algo que Kubrick aprovecharía a fondo en la película, obteniendo algunas de las secuencia más logradas: una patota violando a una joven con música de Rossini, la Novena de Beethoven con bombardeos y marchas nazis... Estos gustos musicales también vuelven a Alex, y a su violencia, mucho más atractivos, haciendo que la versión de Kubrick funcione como un tratamiento Ludovico al revés: al proyectar imágenes de violencia con música de Bach, Beethoven o Rossini vuelve más atractivas a las violaciones y las palizas, y el final cínico de su película, que presenta a un Alex irredento copulando con una rubia semidesnuda mientras fantasmagóricos personajes victorianos con máscaras a la Ensor aplauden en silenciosa cámara lenta, nos invita a confesarnos que preferimos irnos con un Alex curado no de su criminalidad, sino del condicionamiento que lo había convertido en un buen ciudadano.


(*) Carlos Gamerro es escritor. Autor de Las Islas (1998), El sueño del señor juez 2000), El secreto y las voces (2002), La aventura de los bustos de Eva (2004) y El libro de los afectos raros (2005). El texto pertenece a su último libro “El nacimiento de la literatura argentina y otros ensayos” (2006, Norma Grupo Editorial) y lo tomamos prestado de Ciudad de arena.

Más información en Wikipedia

A clockwork orange (Capítulo 21)

13 marzo 2008

Por Anthony Burgess

"Y ahora qué pasa, eh?"
Estábamos yo, vuestro Humilde Narrador, y mis tres drugos, Len, Ricky y el Matón, a quien se llamaba Matón por su bolche y grande cuello y por su muy gronca golosa como la de un toro bolche bramando auuuuuuuu. Sentados en el bar lácteo Korova, exprimiéndonos los rasudoques y decidiendo qué podríamos hacer esa noche en un invierno oscuro, helado y bastardo aunque seco. Alrededor había chelovecos en leche-plus velocet y synthemesc y drencrom y otras vesches que te llevan lejos lejos lejos de este mundo malvado y real, a una tierra donde se puede videar a Bogo y Todos Sus Angeles y Santos en tu sabogo izquierdo mientras las luces explotan y chorrean por todo tu mosco. Lo que estábamos piteando era el viejo moloco con cuchillos, como decíamos, que te avivaba y preparaba para una piojosa una-menosveinte, pero de todo esto ya les he hablado.
Vestíamos a la última moda, que en esos tiempos era un par de amplios pantalones y una suerte de jubón de cuero negro sobre una camisa con el cuello abierto, todo arropado por una especie de bufanda. En esos días también estaba de moda usar la vieja britha en la golová, de tal modo que la mayoría de la golová quedaba como calvay había cabello sólo en los costados. Pero nada era distinto en lo que hacía a las viejas nogas -botas bolches y grandes realmente joroschós, para patear litsos.
"¿Y ahora qué pasa, eh?"
Yo era como el mayor de los cuatro, y todos me consideraban su líder, pero algunas veces se me ocurría que el Matón alimentaba en su golová la idea de hacerse cargo algún día, esto en virtud de su tamaño y la gronca golosa con que bramaba cuando estaba en pie de guerra. De todos modos las ideas provenían de vuestro Humilde, oh hermanos míos, y además estaba esa vesche de que había sido famoso y había tenido mi foto y artículos y toda esa cala en las gasettas. También tenía por lejos el mejor empleo de los cuatro, en la sección musical de los Archivos Gramofónicos Nacionales con un carmano realmente joroschó lleno de golis para el fin de semana, y un montón de discos lindos y gratis para esta malenca personita, como si era poco.
Esa noche en el Korova había un buen número de vecos y ptitsas y débochcas y chicos smecando y piteando, cortando en dos la goboración y el burbujeo de los parroquianos con su "Quincalla telefónica y la faralipa se pone rataplanplanplan", y toda esa cala que podía siusarse al colocar un disco pop en el estéreo, esta vez Ned Achimota cantando Ese día, ese día. En el mostrador había tres débochcas vestidas a la moda nadsat, esto es, cabello largo y sin peinar teñido de blanco y falsos grudos que sobresalían un metro o más y polleras cortas muy muy ajustadas con ropa interior como espumosa, y el Matón seguía diciendo: "Hey, podríamos meternos allí, tres de nosotros. El viejo Len no está interesado. Dejemos al viejo Len a solas con su Dios". Y Len seguía diciendo: "Yarboclos yarboclos. ¿Dónde está el espíritu de todos para uno y uno para todos, eh?". De pronto me sentí a la vez cansado y lleno de una energía como de hormigas en el cuerpo, y dije:
"Fuera, fuera, fuera, fuera".
"¿Adónde?", dijo Rick, que tenía el litso como el de una rana.
“Oh, sólo para videar qué está ocurriendo en el gran exterior", dije.
Pero de algún modo, hermanos míos, me sentía muy aburrido y un poco desesperanzado, y había estado sintiéndome así un montón en esos días. Así que giré hasta el cheloveco más cercano, sentado también en el gran sillón de plush que circundaba el mesto, y le encajé un puñetazo realmente scorro oj oj oj en el vientre. Pero no lo sintió, hermanos, burbujeando como estaba con su "De las insípidas obras de Aristóteles, que producen ciclámenes, brotan elegantes formaniníferos ". Desaparecimos, pues, en la noche invernal.
Caminamos por el bulevar Marghanita y no había militsos patrullando, así que cuando nos topamos con un veco starrio que venía de un kiosko donde había cuperado una gasetta, le dije al Matón: "Está bien, Matoncito mío, podéis hacerlo si así lo deseáis". Más y más en esos días había estado yo dando órdenes, apenas, para videar luego cómo se las llevaba a cabo. Entonces el Matón lo quebró er er er, y los otros dos lo voltearon y patearon, smecando, mientras seguía caído y lo dejaban arrastrarse hacia donde vívía, lloriqueando para sí. El Matón dijo:
"¿Qué hay de un rico yum yum vaso de algo que nos quite el frío, oh Alex?" Porque no estábamos demasiado lejos del Duque de Nueva York. Los otros dos asintieron sí sí sí pero todos me miraban para videar si estaba bien. Asentí también, y hacia allí iteamos. En el interior estaban aquellas starrias ptitsas o bábuchcas a las que recordarán desde el principio y todas empezaron con su "Buenas noches, muchachos, Dios los bendiga, muchachos, los mejores del mundo, éso es lo que son", esperando que dijéramos: "¿Y ahora qué pasa, chicas? El Matón hizo sonar el colocolo y un mozo apareció, frotándose las rucas en el grasño delantal. "Cortando sobre la mesa, druguitos", dijo el Matón, sacando a la vista su contante y sonante montón de dengo. "Scotch para nosotros y lo mismo para las viejas bábuchcas ¿eh".
Y entonces dije:
"Ah, al infiemo. Que se lo paguen ellas". No sabía de qué se trataba, pero en esos últimos días me estaba convirtiendo en un tipo como mezquino. Había aparecido en mi golová un deseo de conservar todos mis golis para mí mismo, como acumulándolos por alguna razón. El Matón dijo:
“¿Qué hay, bratito? ¿Qué está ocurriendo con el viejo Alex?"
“Ah, al infierno”, dije. “No se. No sé. Es que no me gusta arrojar porque sí los golis que me he ganado duramente, eso es".
"¿Ganado?", dijo Rick. "¿Ganado? No tiene por qué ser ganado, como tú bien lo sabes, viejo druguito. Tomar, eso es todo, sólo tomar, así". Y smecó realmente gronco, y vidié que uno o dos de sus subos no eran lo que se dice joroschó.
“Ah", dije, "tengo algo que pensar". Pero videando a esas bábuchcas ansiosas por algo de alc gratis, me encogí de plechos Y saqué lo mío del carmano del pantalón. Billetes y monedas todo en un manojo, y lo arrojé plin plan sobre la mesa.
"Scotch para todos, verdad", dijo el mozo. Pero por alguna razón yo dije:
"No señor, para mí una pequeña cerveza.” Len dijo:
"Esto no puedo creerlo", y colocó su ruca sobre mi golová, burlándose, como si yo tuviera fiebre, pero gruñí como un perro para que se rindiera scorro. "Está bien, está bien, drugo", dijo. "Como os plazca". Pero el Matón smotaba con su rota abierta algo que había salido de mi carmano con los golis que había puesto sobre la mesa. Y dijo:
"Bueno bueno bueno. Nunca lo hubiéramos imaginado".
"Dame eso", gruñi, y lo aferré scorró. No puedo explicar cómo había ido a parar ahí, hermanos, pero era una fotografía a la que yo había recortado de la vieja gasetta, y era de un bebé. Era de un bebé haciendo gorgoritos glu glu glu con moloco que se le escapaba de la rota y mirando y como smecándose de todo, y estaba nago y su carne estaba plegada porque era un bebé muy gordo. Hubo entonces un poco de forcejeo jau jau jau para quitarme el pedazo de papel, así que tuve que gruñirles otra vez y agarré la foto y la rompí en pequeños pequeños pedazos y la dejé caer como un copo de nieve en el piso. El whisky apareció entonces y las starrias bábuchcas dijeron: "Buena salud, muchachos, Dios los bendiga, muchachos, los amores del mundo, eso es lo que son "y toda esa cala. Y una de ellas que era toda líneas y arrugas y sin subos en su hundida rota dijo: "No rompas el dinero, hijo. Si no lo necesitas, entrégalo a los demás", lo que fue muy osado de su parte. Pero Rick dijo: "No era dinero, oh bábuchca. Era la foto de un adorable y chipiquitito bebé". Yo dije:
"Creo que me estoy cansando un poco, eso es. Ustedes son los bebés, mofándose y sonriendo estúpidamente y todo lo que pueden hacer es smecar y darle a la gente bolches tolchocos cobardes cuando no pueden devolvérselos" El Matón dijo:
"Bueno, siempre pensamos que eras el rey en la materia, induso el maestro. No estás bien, ése es el problema contigo, druguito" .
Vidié el puerco vaso de cerveza que había frente a mí, en la mesa, y me sentí lleno de vómito, así que hice “Aaaah” y derramé toda la vonosa cala como espuma sobre el suelo. Una de las ptitsas starrias dijo: “Lo que se desperdicia no se quiere". Yo dije:
"Miren, druguitos. Escuchen. Esta noche, digamos, no estoy de humor. No sé cómo ni por qué, pero es así. Ustedes tres sigan su camino, dejándome fuera. Mañana nos encontraremos en el mismo lugar a la misma hora, esperando sentirme como mucho mejor" ;
"Oh”, dijo el Matón, "cuánto lo siento". Pero uno podía videar una especie de resplandor en sus glasos, porque, pensaba, esa noche él iba a estar a cargo. Poder poder, todos quieren como poder. "Es posible posponer hasta mañana", dijo el Matón, "lo que teníamos en mente. En especial lo de crastar las tiendas de la calle Gagarin. Hay botín joroschó allí, drugo, para hacerse con él”.
"No", dije. "No pospongan nada. Contínúen con su propio estilo. Ahora", dije, "me voy". Y me levanté de mi silla.
"¿Adónde?", preguntó Rick.
"Eso no lo sé", dije. "Sólo andar por ahí y dejar que las cosas afloren". Uno podía videar la sorpresa de las viejas bábuchcas ante mi salida, hosco, en lugar de aquel listo y smecante málchico al que recordarán. Pero yo dije: “Ah, al infierno, al infierno y enfilé odinoco hacia la calle.
Estaba oscuro y había un viento que cortaba como un nocho, y casi no había transeúntes. Estaban también los patrulleros con sus brutales rozzes en el interior, y de tanto en tanto, en la esquina, se podía videar una pareja de militsos estampados contra el frío y arrojando vapor en el aire hermanos mios. Supongo que el crastar y buena parte de la vieja ultra-violencia estaba muriendo por entonces, con los rozzes tan brutales con aquellos a los que atrapaban, cuando todo se había reducido a una pelea entre desagradables nadsats y los rozzes, para ver quién era más scorro con el nocho, la britba, el garrote, e incluso la pistola. Pero lo que se me ocurría en esos días era que, en realidad, nada me importaba demasiado. Era como si algo suave se estuviera introduciendo en mí, algo a lo que no podía traducir. No sabía lo que quería, en esos días. Incluso la música que me gustaba slusar en mi propia y malanca madriguera era, precisamente, aquella de la que antes me había smecado, hermanos. Yo estaba slusando más canciones románticas, lo que llaman Lieder, apenas una golosa y el piano, muy tranquilo y como quejumbroso, diferente de lo que habían sido esas orquestas bolches conmigo yaciendo en la cama entre los trombones y tinibales. Algo estaba ocurriendo dentro mío, y me preguntaba si se trataría de alguna enfermedad, o si aquello que habían hecho con mi golová iba a convertirme, quizás, en un besuño verdadero.
Así, con la golová caída sobre el pecho y las rucas encajadas en los carmanos de mis pantalones, caminé por la ciudad, hermanos, y finalmente comencé a sentirme muy cansado y también deseoso de una bonita y bolche cascha de chal con leche. Pensando en ese chal, tuve una visión repentina de mi persona sentada delante de un fuego bolche, en un sillón, piteando el chal, y lo que era gracioso y muy muy extraño era que yo parecía haberme convertido en un cheloveco starrio de unos setenta años, porque podía videar mi propia gloria, muy gris, y tenía además barbas, y estas también eran muy grises. Podía videarme a mí mismo como un hombre viejo, sentado al lado del fuego, y entonces la imagen desapareció. Pero era muy extraña.
Llegué a uno de esos mestos de té-y-café, hermanos, y podía videar a través de la gran ventana que estaba lleno de aburridos parroquianos, comunes, con litsos carentes de expresión y que no harían daño a nadie, todos sentados allí, goborando plácidamente y piteando sus inofensivos chal y cafés. Entré y me acerqué al mostrador y me compré un chai bien caIiente con moloco en abundancia, y me dirigí a una de las mesas y me senté para pitearlo. Había una joven pareja en la mesa, piteando y fumando cancrillos con filtro, y goborando y smecando en baja voz, pero no les presté atención y continué pitlando y como soñando y preguntándome que era lo que estaba cambiando en mí y que era lo que iba a sucederme. Vidié, sin embargo, que la débochca que acompañaba al cheloveco de la mesa era realmente joroschó, no del tipo de las que uno voltearía para aplicarle el viejo unodós unodós, pero con un ploto joroschó y un rostro y una rota sonriente y muy muy bella golosa y toda esa cala. Y entonces el veco que estaba con ella, que tenía un sombrero sobre la golová y su litso corno oculto para mí, giró para videar el grande y bolche reloj que había en la pared del mesto, y entonces videó quién era yo y yo vidié quién era. Era Pete, uno de mis tres drugos de aquellos días en que éramos Georgie y el Lerdo y él y yo. Era Pete corno un poco más viejo, aunque no podría tener más de diecinueve y un piquito, y tenía un piquito de bigote y un traje común y ese sombrero. Yo dije:
"Bueno bueno bueno, druguíto, ¿qué hay? Muy muy largo tiempo sin videarte". El dijo:
"¿Eres el pequeño Alex, no es cierto?"
"Ningún otro", dije. "Un largo largo largo tiempo ha pasado desde aquellos días. Y ahora el pobre Georgie, me han dicho, está bajo tierra, y el viejo Lerdo es un militso brutal, y aquí estás tú y aquí estoy yo. ¿Qué novedades traes, viejo druguito?".
"Habla de modo gracioso, ¿no es cierto?", dijo la débochca, riéndose tontamente.
"Este", dijo Pete a la débochca, "es un viejo amigo. Su nombre es Alex. ¿Puedo?", me dice, “presentarte a mi esposa?" '
Mi rota se abrió por completo, entonces. "¿Esposa?", “balbuceé. "¿Esposa esposa esposa? Ah no, eso no puede ser. Eres demasiado joven para estar casado, viejo drujo. Imposible imposible”.
Esta débochca que era como la esposa de Pete (imposible imposible) rió nuevamente y le dijo a Pete: “¿Tú solías hablar de ese modo?”
“Bueno”, dijo Pete, sonriendo también. “Tengo casi veinte. Estoy todo lo viejo que hace falta para ser pescado, y de eso hace ya dos meses. Tú eras muy joven y muy atrevido, recuerda”.
“Bueno”, balbuceé otra vez. “No puedo sobreponerme a esto, viejo druguito. Pete casado. Bueno bueno bueno”.
“Tenemos un pequeño departamento”, dijo Pete. “En la oficina de Seguros de la Marina Estatal se gana poco, pero las cosas mejorarán, de eso estoy seguro. Y Georgina aquí”…
“¿Cómo es ese nombre?”, dije, la rota aún abierta como besuño. La esposa de Pete (esposa, hermanos) rió una vez más.
“Georgina”, dijo Pete. “Georgina también trabaja. Escribe a máquina, ya sabes. Nos arreglamos, nos arreglamos”. No podía, hermanos, quitar mis glasos de él, realmente. El había como crecido, con la golosa de un adulto y todo. “Deberías”, dijo Pete, “venir a vernos alguna vez. Aún”, dijo, “luces muy joven, a pesar de las terribles experiencias por las que has pasado. Sí sí sí, hemos leído todo al respecto. Pero, por supuesto, tú aún eres muy joven”.
“Dieciocho”, dije. “Recién cumplidos”.
“Dieciocho, ¿eh? “, dijo Pete. “Tan viejo como eso. Bueno bueno bueno. Ahora“, dijo, “debemos irnos“. Y le dio a esa Georgina una mirada amorosa y tomó una de sus rucas entre las de él y ella le devolvió una de esas miradas, oh hermanos míos. “Sí“, dijo Pete, volviéndose hacia mí. “Tenemos una fiestita en lo de Greg“.
“¿Greg? “, dije.
“Oh, por supuesto“, dijo Pete, “no deberías conocer a Greg, ¿no es cierto? Greg está después de ti. Mientras estabas fuera Greg hizo su entrada. Organiza fiestitas, sabes. Mucho vino y juegos de palabras. Pero agradable, muy placentero, ya sabes. Inofensivo, si entiendes lo que digo“.
“Sí“, dije. “Inofensivo. Sí, sí, puedo videar eso realmente joroschó“. Y la Georgina débochca rió otra vez ante mis slovos. Y entonces esos dos itearon hacia los vonosos juegos de palabras de Greg, quienquiera que fuera. Me quedé allí, odinoco, con mi chai con leche, que se enfriaba con tanto pensar y divagar.
Quizás era eso, seguí pensando.
Quizás me estaba volviendo demasiado viejo para la clase de juego que había estado liderando, hermanos. Tenía dieciocho, recién cumplidos. Dieciocho no era la edad de un joven. A los dieciocho el viejo Wolfgang Amadeus había escrito conciertos y sinfonías y óperas y oratorios y toda esa cala, no, cala no, música celestial. Y entonces estaba el viejo Félix M. con su obertura Sueño de una noche de verano. Y había otros. Y estaba esa especie de poeta francés, que había hecho su mejor poesía a la edad de quince, oh hermanos míos. Arthur, se llamaba. Dieciocho no era entonces una edad tan joven. ¿Pero que podía hacer yo?
Caminando por las ocuras, heladas y bastardas calles invernales, después de abandonar el mesto de te-y-café, las visiones seguían junto a mí, como esas historietas que aparecen en las gasettas. Ahí estaba vuestro Humilde Narrador Alex volviendo a casa, del trabajo a un bueno y caliente plato de cena, y ahí estaba esa ptitsa que le daba la bienvenida y lo saludaba como si lo amara. Pero no podía videarla joroschó, hermanos, no podía pensar en quien sería. Tuve, entonces, la idea repentina de que si caminaba hasta el cuarto contiguo a aquél en que el fuego ardía y la cena yacía en la mesa, ahí habría de encontrar lo que en verdad quería, y fue en ese momento que todo cuajó, la foto recortada de la gasetta y el encuentro con el viejo Pete. Porque en el otro cuarto, en una camita, estaba tendido gu gu gu mi hijo. Sí sí sí, hermanos, mi hijo. Y sentí entonces ese gran agujero bolche en mi ploto, lo que me sorprendió. Sabía lo que estaba pasando, oh hermanos míos. Yo estaba creciendo.
Sí sí sí, eso era. La juventud debe partir, ah sí. Pero la juventud es sólo existir en el modo en que podría hacerlo un animal. No, no se trata de ser como un animal, sino más bien de ser como uno de esos juguetes malencos a los que se vende por las calles, como pequeños chelovecos hechos de lata y con un resorte adentro y una cuerda en el exterior y uno la enrosca grrr grrr grrr y ahí va, como si caminara, oh hermanos míos. Pero itea en una línea recta y se golpea con las cosas bang bang sin comprender lo que está haciendo. Ser joven es ser como una de esas máquinas malencas.
Mi hijo, mi hijo. Cuando tuviera mi hijo le explicaría todo, cuando fuera suficientemente starrio como para entender. Pero entonces supe que no entendería o no querría entender y que haría todas las vesches que yo había hecho, quizás incluso asesinando a una forella starria rodeada de cotos y coschcas maulladores, y que yo no podía detenerlo. Y él tampoco podría detener a su propio hijo, hermanos. Y así funcionaría todo hasta el fin del mundo, una y otra vez, terminando y recomenzando, como si un cheloveco bolche, gigante, como Bogo mismo (por cortesía del bar lácteo Korova) hiciera girar y girar y girar una naranja grasña y vonosa en sus inmensas manos.
Pero antes que nada, hermanos, estaba esta vesche de encontrar alguna débochca u otra que pudiera oficiar de madre para mi hijo. Debería aplicarme a ello mañana mismo, seguí pensando. Eso era algo como nuevo para hacer. Eso era algo a lo que debía dar inicio, una especie de nuevo capítulo.
Y así será, hermanos, mientras arribo al fin de esta historia. Han estado en todas partes con Alex el druguito, sufriendo con él, y han videado a algunos de los más grasños bratitos que Bogo ha hecho, todos en torno de vuestro druguito Alex. Y todo lo que ocurría era que yo era joven. Pero ahora, cuando termino la historia, hermanos, descubro que ya no lo soy más, no más, oh no. Alex ha crecido, oh si.
Pero adonde iteo ahora, oh hermanos míos, es un lugar al que voy odinoco, donde ustedes no pueden acompañarme. El mañana es como dulces flores y la vonosa Tierra que gira y las estrellas y la vieja Luna ahí arriba y vuestro viejo drugo Alex, odinoco, buscando una compañera. Y toda esa cala. Un mundo terrible, grasño, vonoso, realmente, oh hermanos míos. Despídanse así de vuestro druguito. Y para todos los demás de la historia profundas ráfagas de música labial brrrrrr. Y pueden besar mis scharros. Pero ustedes, oh hermanos míos, acuérdense alguna vez del pequeño Alex. Amén. Y toda esa cala.




Glosario nadsat-español

Bábuchka: anciana
Besuño: loco
Bogo: Dios
Bolche: grande
Brato: hermano
Britba: navaja
Cala: excremento
Cancrillo: cigarrillo
Carmano: bolsillo
Colocolo: campanilla
Copar: entender
Coschca: gato
Coto: gato
Crastar: robar
Cuperar: comprar
Chai: té
Chascha: taza
Cheloveco: individuo
Débochca: muchacha
Dengo: dinero
Drencrom: droga
Drugo: amigo
Forella: mujer
Gasetta: diario
Glaso: ojo
Gloria: cabello
Goborar: hablar
Goli: unidad de moneda
Golosa: voz
Golová: cabeza
Grasño: sucio
Gronco: estrepitoso
Grudos: pechos
Itear: ir, caminar, ocurrir
Joroschó: bueno, bien
Litso: cara
Málchico: muchacho
Malenco: pequeño, poco
Mesto: lugar
Moloco: leche
Mosco: cerebro
Nadsat: adolescente
Nago: desnudo
Naito: noche
Nocho: cuchillo
Noga: pie, pierna
Odinoco: solo, solitario
Pitear: beber
Plecho: hombro
Ploto: cuerpo
Ptitsa: muchacha
Rasudoque: cerebro
Rota: boca
Ruca: mano, brazo
Sabogo: zapato
Scorro: rápido
Schaica: pandilla
Scharros: nalgas
Slovo: palabra
Sluchar: ocurrir
Slusar: oír, escuchar
Smecar: reír
Smotar: mirar
Sodo: bastardo
Starrio: viejo, antiguo
Subos: dientes
Synthemesco: droga
Tolchoco: golpe
Veco: individuo
Velocet: droga
Vesche: cosa
Videar: ver
Vono: olor
Yarbloclos: testículos

Fuente: suplemento Caín # 2, revista Humor ®, 1987

La naranja mecánica

DE CÓMO ALEX ENCONTRO SU FINAL

El texto al que se conoce como La Naranja Mecánica ganó las librerías del mundo hacia 1962. Obtuvo un reconocimiento casi inmediato, en especial entre aquellas figuras de lo que solía mentarse como contracultura, el dominio underground: se ha difundido mucho al respecto del juicio de William Burroughs, autor de El Almuerzo Desnudo y Expreso Nova, de acuerdo al cual La Naranja Mecánica era “uno de los pocos libros que he sido capaz de leer en los últimos años”.
La novela, firmada por Anthony Burgess, narra en primera persona las peripecias del adolescente Alex y sus amigos Pete, Georgie y Lerdo, en un mundo vagamente futuro donde las obras del “viejo Ludwig van” siguen suscitando la admiración de los melómanos. Líder de la pequeña banda, Alex describe los pormenores de su diaria rutina: dormir durante el imperio de la luz solar, lo que implica hurtar el cuerpo a la educación formal, y por las noches recalar en el bar lácteo Korova, donde, al correr de la leche plus, se decidirá que hacer durante el resto de la vigilia. Por ejemplo, asaltar a un anciano, un mendigo, una mujer, y patearlos en el vientre hasta perder el resuello. O irrumpir en una casa ajena y violar a la anfitriona ante la vista de su marido.
Traicionado por sus compañeros, Alex asesina a una mujer y cae preso. Es allí, en la staja, en prisión, donde se decide emplearlo como conejillo de Indias de un nuevo experimento científico, la técnica de Ludovico, cuyo objetivo es la regeneración total y definitiva de los delincuentes. El experimento triunfa: Alex queda imposibilitado de hacer el mal. Se convierte, técnicamente, en “bueno”, pero no porque lo elija libremente, sino porque se lo condiciona para ello. La situación, pues, se invierte. Ahora es Alex el golpeado, asaltado, vilipendiado, sin que pueda mover un dedo para defenderse, porque para ello necesita ejercer algún tipo de violencia, y la violencia es “mala”. Pero su descenso a los Infiernos dura poco: el efecto de la técnica de Ludovico es limitado, y pronto Alex vuelve a sentir placer al pensar en sexo, violencia, muerte. “Sí, yo ya estaba curado”, concluye el libro que conocemos. Allí, también termina el film de Stanley Kubrick. Pero no la novela original. “La naranja mecánica nunca se publicó completa en América”, escribió Anthony Burgess en el mensuario Rolling Stone. “Mi libro está dividido en tres secciones de siete capítulos, lo que hace un total de veintiuno. El número veintiuno es el símbolo de la madurez humana”. Pero la novela tal como llegó a nuestras manos –y a las de Kubrick– tiene apenas veinte. Ocurre que, allá por 1961, el editor norteamericano de Burgess insistió en cortar el capítulo final. “Yo necesitaba dinero en ese entonces, incluso la pitanza que me estaba siendo ofrecida como adelanto, y si para obtenerlo debía conceder el truncamiento de la novela… Bueno, que así fuera”. La versión yanqui de La naranja mecánica es, pues, más breve. La versión nacional, tal como fue publicada por Minotauro en sucesivas ediciones a partir de 1972, también.
El capítulo veintiuno, hasta ahora inédito en castellano, tiene un valor que va más allá de lo arqueológico. Por el contrario, es escencial a la narración. Tanto, que modifica su sentido. ¿Qué es lo que narra Burgess en esas pocas líneas? “Para decirlo brevemente, mi joven y rufianesco protagonista crece. Se aburre de la violencia y admite que la energía humana se aplica mejor a la creación que a la destrucción”.
Burgess reclama la divulgación de ese capítulo para que La naranja mecánica respete, un cuarto de siglo más tarde, su idea original. “No tiene mucho sentido escribir una novela a menos que uno pueda mostrar, en ella, la posibilidad de transformación moral o de incremento de la sabiduría”, alega. Argumento endeble. Meursault, protagonista de El extranjero, no crece, sino que permanece igual a sí mismo. Algo similar ocurre conn Clay, personaje principal de Menos que cero, y con buena parte de las criaturas kafkianas, todas informando novelas a las que sí ha tenido sentido escribir.
Quizás puedan interpretarse las palabras de Burgess como una necesidad de reivindicar una versión propia, burgessiana de La naranja mecánica, como opuesta a la más popular, kubrickiana versión cinematográfica. Esta última culmina cuando Alex se apropia de sus instintos terminales, violentos, antisociales, y deja entrever que seguirá apegado a ellos como a su única luz. Alex vuelve a ser un asesino en potencia, a la vez que, paradójicamente, vuelve a ser libre. En esa ambigüedad yace la riqueza del film de Kubrick, así como su transgresión. Burgess parece querer de Alex lo mismo qu sus cancerberos: que siente cabeza, que se integre, sólo que voluntariamente, sin necesidad de coacciones. Hace de él un ser en el que cohabitan la extrema juventud y la extrema vejez. De eso habla el capítulo veintiuno.
CAIN presenta, entonces, esta mitad de la historia. Habrá quienes prefieran la versión mutilada, por considerarla más redonda, más iracunda. Obviamente, CAIN apuesta su corazoncito a una de las versiones –de otro modo, el suplemento se llamaría Abel. Pero deja en libertad a los lectores para que hagan la suya, sin aplicarles técnica de Ludovico alguna, que, dicho sea de paso, no es sino una versión comprimida de la moral de la culpa que la Iglesia ha administrado durante siglos.
Adelante. Tácita, sobre el final, está la pregunta que nadie podrá dejar de formularse:
¿Y ahora que pasa, eh?

Fuente: suplemento Caín # 2, revista Humor ®, 1987
Si bien no fue publicado el autor de este texto, estimamos que es Marcelo Figueras.