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Discos elementales / Artaud, Pescado Rabioso

03 junio 2008

Discos elementales [002]
Escribe Claudio, Vagabundo resplandeciente


Artaud - Pescado Rabioso / Luis Alberto Spinetta

"ARTAUD"
Pescado Rabioso, 1973


Después de la disolución de Almendra, y tras grabar un disco solista, Luis Albeto Spinetta instituyó otra de las bandas fundamentales en la historia del rock argentino, pese a la brevedad de su existencia. Pescado Rabioso legó a la posteridad dos impecables discos (Desatormentándonos y Pescado 2), aunque curiosamente el nombre de la formación ha quedado asociado, en el inconsciente colectivo, a un álbum que, en rigor, no le pertenece, pues Artaud, si bien ha sido acreditado a Pescado Rabioso, no es otra cosa que la definitiva obra maestra de Spinetta en solitario.
Superfluo resulta aclarar que el trabajo está dedicado al gran poeta Antoine Artaud, de quien se pueden rastrear infinitas influencias en muchísimas letras de Spinetta. De hecho, particularmente en este disco, cobra notoriedad una obra del “maldito” francés: “Van Gogh, el suicidado por la sociedad”. Y las categóricas diferencias con el sonido propio de Pescado Rabioso se pueden percibir a los pocos minutos de comenzar la escucha del trabajo; trabajo que se aleja de los visos esencialmente rockeros del grupo que integraron Black Amaya y Osvaldo Frascino (David Lebón luego), para centrarse en las intimistas interpretaciones de Spinetta, acompañado casi con exclusividad por una guitarra acústica.
Si el rock anglosajón, a través de ilustres representantes como Bob Dylan, Neil Young, Bruce Springsteen o Leonard Cohen, ha dado sobradas muestras de que una letra puede apreciarse como poesía prescindiendo de la música, dentro del ámbito hispanoamericano pocos artistas del rock, por no decir ninguno, han plasmado en sus composiciones el nivel poético que se aprecia en la carrera de Spinetta, quien fuera el primer brillante letrista del rock argentino (con la excepción de Javier Martínez, de Manal), y a la postre, el mejor.
El disco se inicia con, a mi entender, el tema que ha adquirido mayor popularidad desde 1973 hasta nuestros días: “Todas las hojas son del viento”. Se trata de una diáfana balada acústica –aunque, sobre el final, un solo de guitarra eléctrica hace el remate– en la que se aprecian algunos doblados de la voz de Luis Alberto, que canta:
Todas las hojas son del viento,
ya que él las mueve hasta en la muerte.
Todas las hojas son del viento,
menos la luz del sol.
Después llega “Por”, cuya letra es una de las experimentaciones más originales que este servidor haya tenido ocasión de escuchar alguna vez. Aquí se puede verificar la particular abstracción adjudicada a la obra de Spinetta, abstracción que trasciende con creces el elusivo esparcimiento del esquema propio de la metáfora, pues estamos en presencia de la repetición de una serie de sustantivos (más la preposición del título) inconexos, ensamblados únicamente por asociación libre, aunque no remiten –en la superficie- a nada en especial.
La sed verdadera”, con una atmosférica sumatoria de suaves acordes, presenta otro rasgo distintivo que “el Flaco” bien supo explotar: dirigirse a todos los oyentes, a cada oyente, invocándolo en segunda persona del singular:
Sé muy bien que has oído hablar de mí,
y hoy nos vemos por aquí,
pero la paz en mí nunca la encontrarás,
si no es en vos,
en mí nunca la encontrarás.
A continuación, abandonando súbitamente la guitarra acústica, llega “Bajan”, sin ninguna duda mi pieza preferida del álbum: por sus líneas de bajo, por el brillante solo eléctrico y por un lírico estribillo que debe disfrutarse como una pequeña delicia.
Si antes mencioné que el afán experimental y la búsqueda afanosamente libre y despojada de métricas estrictas, se erigen como denominar común en la poética de Spinetta, vale decir que “A Starosta, el idiota” viene a ser la cúspide del disco en ese sentido. Desde la irrupción de las primeras notas de piano hasta que se escucha un “vámonos de aquí” todo parece transitar por carriles más o menos normales, pero a partir de ese punto el tema se transforma, por espacio de unos segundos, en un cúmulo de sampleos –que, en lo personal, me remiten a Frank Zappa– en los que hasta se escucha un breve fragmento de “She Loves You” de los Fab Four. Por lo demás, en “Cementerio Club”, una canción desoladora como pocas, el ex Almendra Emilio Del Guercio se luce con el bajo.
Superchería” comienza con tarareos conjuntos de una melodía que podría haber sido compuesta por Ray Davies, para derivar, de pronto, y por momentos, en un amague de potente rocker, cuando se recita el estribillo, a dos voces:


Siempre soñar, nunca creer.
Eso es lo que mata tu amor.
Siempre desear, nunca tener.
Eso es lo que mata tu amor.
Lo mismo da, morir y amar.
En la magistral suite de nueve minutos “Cantata de puentes amarillos”, se rastrea la decisiva influencia que recibió Luis Alberto del movimiento surrealista, atreviéndose a transitar por terrenos inexplorados, a incorporar imágenes inusitadas:

Aquellas sombras del camino azul, ¿dónde están?
Yo las comparo con cipreses que vi sólo en sueños,
y las muñecas tan sangrantes están de llorar.
Las habladurías del mundo”, otro clásico, dotado de frenéticas disposiciones rítmicas y mucha guitarra eléctrica, finalmente, cierra el álbum; un álbum atemporal cuyo concepto capital es que las palabras importen en tanto que palabras: de ese modo, con tan poco, con tanto, a Spinetta le basta para concebir magia, para inscribir un capítulo fundamental de su siempre coherente poética, cediéndonos a los oyentes la oportunidad única de transportarnos en un carrousel fascinante por las intrincadas sinuosidades de la creación artística integral.
Esta reseña es original del blog Vagabundeo resplandeciente.

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