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Temporadas en el país de las maravillas / 5

28 noviembre 2008


Paula se levantó y fue hacia el baño, entonces Marie dijo que planeaba “desenmascarar a esos chinos asesinos”. Sólo confiaba en Mónica y en mí porque Paula le había ofrecido drogas cuando aún estábamos en el departamento.
Llamó al mozo y encendí un cigarrillo para voltear hacia otro lado, sintiendo que no saldríamos bien de ese lugar.
La situación se mezclaba en mi cabeza: sabía que era poco probable que todo aquello fuese cierto, pero también sabía que no debía descartar nada en esos momentos y hasta llegué a creerle a Marie por un instante.
Mi amiga extendió su mano y le mostró el colgante al pobre tipo, pero por alguna extraña razón, el chino se quedó mirando a Marie con un gesto de intriga y desesperación dignos de una foto. Tal vez sólo temía que quisiéramos pagarle con el colgante, pero ella creyó haberlo dejado al descubierto.

- ¿Qué es esto? –lanzó con bronca sobre el tipo – ¿Le pagan bien en este lugar? Creo que debería decirme la verdad. Solamente quiero saber la verdad –Marie adoraba dirigirse a los demás con cierta educación, y aunque no siempre lo lograba, en su mente quedaba satisfecha.

Paula regresó y pedí al mozo que nos cobrara por las porciones de torta. Le dije que Marie estaba borracha, pero noté más desconcierto que alivio en su cara.
Cuando se fue al mostrador para traernos la cuenta, nos levantamos y fuimos a la mesa de comidas fingiendo ir a llenar nuestros platos. Fue sencillo ocultarnos entre la gente.
No sé exactamente por qué tomé a Marie de la mano y nos largamos del restaurante corriendo. Nos detuvimos en una esquina y esperamos a las otras dos. Marie creyó que habíamos huido de asesinos, no simplemente que habíamos salido sin pagar. Se me ocurrió explicarle que no quería esperar al mozo después de lo que ella había hecho, pero insistió que en cambio el tipo nos había amenazado y no quise contradecirla. “¡Está bien, carajo, huimos!”, estallé al fin.
Tomamos un taxi, pero en lugar de ir hacia el departamento nos dirigimos a la terminal de autobuses. Mónica estaba paranoica. Imaginó que el taxista sería interrogado y que yendo hacia otra parte lo despistaría. El pobre tipo nos preguntó si estábamos bien y Paula dijo que era sólo “locura de ácido”. Miré a Marie inmediatamente y me guiñó un ojo, como para plantarme la duda.

- ¿Por qué dijiste “ácido” si no fue eso? –empezó Mónica.
- Las anfetas no te pusieron nunca así, Moni –respondió Marie, mirando hacia fuera con una calma absoluta.
- ¿No son eso? –intervine.
- ¡Basta! No sé, no puedo saber todo –estalló Marie.
- Para tu información, anfetas y ácido no son la misma cosa. Aunque quisieras que fuera así, aunque puedas estar un poco confundida… -seguí.
- ¡La re puta madre, Dana! ¿Qué harían si fuera ácido? ¿Cuál es el problema? –Marie me miró con los ojos desencajados y se produjo un silencio pesado. Después de tanto alboroto, la falta de sonido me hizo sentir mareada, como si hubiera saltado de una calesita enloquecida. Me pregunté si todo eso de verdad había sucedido.

El taxista suspiró y lanzó un débil “ya llegamos”. En la terminal encontramos otro chino. Este llevaba campera de cuero y botas texanas. No logré entender enseguida qué mierda hacíamos ahí observando al pobre chino, pero no me importaba demasiado. Por momentos quería irme a dormir y terminar con todo aquello de una vez, pero de cuando en cuando temía que la mafia china viniera por nosotras.
Un patrullero estaba estacionado a unos metros y Paula quiso pedirle ayuda al poli. Estaba totalmente loca. No teníamos pruebas de nada y ni siquiera sabíamos qué era real y qué no.
El chino de botas texanas nos observaba y no tardó en acercarse. Era un taxista borracho que creyó que necesitábamos ir a alguna parte. Cuando Mónica lo echó como a un perro, el tipo enloqueció por completo y comenzó a gritarnos en una mezcla confusa de idiomas. El patrullero ya no estaba y empezamos a alejarnos del tipo lentamente hasta que apuró los pasos agitando el puño, y entonces salimos corriendo tan rápido como nos fue posible.

Cuando llegamos, los polis junto al edificio nos miraban frunciendo el ceño. Estábamos con la mente en todo lo que habíamos alucinado e incluso nos reímos. Luego estuvimos horas expectantes de la puerta, temiendo que la derribara algún chino mafioso para llevarse el colgante, que nos exigieran pagar la cuenta o que el chino de botas texanas nos partiera una botella en la cabeza. Y todo era culpa de Marie porque había rescatado el colgante del mar estando drogada.
Recordó haber visto dos chinos discutiendo y mirándola cuando se llevaba el hallazgo. De ahí en adelante, todo había sido una alucinación continua en la que yo también estaba involucrada. En mis instantes de lucidez intentaba razonar, decirle a Marie que nadie había sido asesinado y que el colgante simplemente se le habría perdido a alguien.

A la mañana siguiente, Marie me despertó echando chispas y sacudiendo un trozo de papel en el aire. Era una nota de Paula diciendo que tomaría el autobús de la mañana para regresar a casa.
Tanto ella como Mónica debían dejarnos dinero por el tiempo compartido, pero Marie estaba fuera de sí y las discusiones hicieron que todo se fuera al diablo. Mónica terminó tomando sus cosas y yéndose detrás de su amiga. Ahora ni siquiera teníamos dinero para cambiar los pasajes, y cuando volvimos al departamento después de intentar una solución en la terminal, Marie estaba tan enojada que dio un puñetazo a la puerta y volvió a salir.

También yo me sentía frustrada. La seguí y caminamos un rato para terminar sentadas en la acera. El aire era denso y cada tanto nos caía una que otra gota de sudor.
Tres góticos se nos acercaron. Nos miramos y los dejamos sentar junto a nosotras. Parecían igual de aburridos. “Join the club”, les dijo Marie cuando admitieron no tener nada mejor que hacer.
Poco después estuvimos los cinco bebiendo en la playa, hablando de la muerte, de Marilyn Manson y de cómo quisiéramos que fuera el mundo.
Uno de ellos terminaba cada frase diciendo “y me importa una mierda”, y de repente se puso de pie y corrió hacia el mar. Nadie le prestó atención, pero entró al agua con sombrero y todo y pronto lo vimos hundirse. Marie sufrió otro ataque de nervios. Se quedó sentada en la arena, bebiendo de la botella y mordiéndose los labios de bronca. Una y otra vez decía “lo único que me faltaba” y “no se puede estar tranquilo”.
Los otros góticos sacaron a su amigo del agua mientras me llevaba a Marie. Uno de ellos quiso hablarme y le dije que sí, pensando que al menos podría despedirme. Me dio un trozo de papel con un número de teléfono. Le expliqué a mi amiga que era hora de irnos; habíamos tenido suficiente calor y mal humor. De todos modos, estuvimos bien en el departamento. Bebimos algo y cuando el cansancio al fin nos comenzó a vencer, simplemente dijimos que horas más tarde sería otro día y que todos podían irse al carajo. Luego, desperté con ella mirándome sin pestañar.

- ¿Qué carajo hacés? –me sobresalté.
- Todo esto nos está afectando, la gente está muy loca.
- Está bien. Al menos ahora no tenemos a nadie que nos joda. Tratá de dormir –agregué y le guiñé un ojo.
- No entendés. Yo tampoco, realmente.
- ¿Querés decirme algo? –ya estaba molestándome. La había notado extraña horas atrás, pero aún no se animaba a decirme qué le ocurría. Estaba sentada en mi cama y comenzaba a fastidiarme.
- Es que estoy cansada. Tal vez Paula no se hubiese ido así, no sé, podrías haber sido más simpática.
- ¿Qué? Paula se fue porque no quiso pagar o porque nos drogó, incluso es probable que se haya ido por el incidente de aquel tipo en la playa.
- ¿Y qué vamos a hacer sin plata? –dijo con mirada de cachorro abandonado, dándome pena.

Ahí supe que todo lo que le molestaba era estar sin dinero y no poder regresar. La entendí. Por momentos yo también quería irme. De todas formas, tomó su billetera y salió sin decir cuándo volvería.
Intenté dormir pero realmente no podía, así que me levanté y abrí una cerveza. Quise ver tele, pero no lograba concentrarme y tampoco me importaba. Busqué el papel que el gótico me había dado y lo llamé, sin saber exactamente qué pasaría. Quería salir del departamento, pero no hacerlo sola.
Llegó en menos de una hora y se quedó a beber un rato. Luego caminamos por la playa y terminamos en un bar que siempre cerraba después del amanecer. Pensé que me había salido una cita de la nada y me puse algo nerviosa, pero intenté conservar la calma y simplemente seguí bebiendo.
Realmente no estaba nada mal. Tenía cabello largo y castaño, y unos ojos grises que lograban distraerme. No era como los otros, sus amigos, que llevaban campera de cuero y tachas pero nada de pelo en las piernas. Pude verlo cuando se sentaron en la arena; algo bizarro y estúpido. Sea como fuere, empecé a darme cuenta que había algo en todo aquello que estaba excitándome de una manera indescriptible.
No queríamos despedirnos y no teníamos dónde ir, así que pensé que Marie tardaría y lo llevé al departamento. Por suerte regresó cuando ya estaba sola y apenas me dijo “buenas noches, Dan”. Se tiró en su cama y eso fue todo.
Prácticamente había echado a mi cita después de canalizar mi frustración. No quería que mi amiga pensara que me estaba divirtiendo mientras ella vagaba por ahí. Dejé de preocuparme cuando noté que estaba ebria. Se me ocurrió que ambas necesitábamos separarnos y que entonces estuvo bien.

Ya para cuando el sol volvió a salir, Marie estaba de un notable mejor humor e incluso parecía contenta. Casi no teníamos dinero y aún no podíamos regresar, pero nos pusimos a jugar a las cartas y nos quedamos adentro viendo tele, ignorando cómo los días pasaban a través de las ventanas.


[Continúa...]

Florencia Marino es periodista.
Su fotolog: reporterarg

Acerca de "Temporadas en el país de las maravillas"

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuantos recuerdos no? me parece verte en esa epoca amiga.Me acuerdo haberme reido tanto mira! Excelente,ya van a verte ;)
Gabi.