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Pez muerto

31 marzo 2010

Pez muerto.
Una obra atrapante, como el océano mismo que arrulla la memoria de la autora, compuesta por detalles sutiles y vidas leves.
Organismos que recuerdan, por si acaso se nos olvidara, lo frágil y delicado que es el sistema en el que nos movemos.
Parece necesario amplificar el grito agónico y urgente de nuestro planeta asediado por la ambición y la mano destructiva del hombre.
Ya fue dicho antes: la Tierra no es nuestra, sólo la tomamos prestada.


Más obras de María del Valle Moreno en su blog Ojos Brujos

The White Stripes: el documental


The White Stripes Under Great White Northern Lights (en México y España lo llaman “Bajo las luces boreales”) es un documental de 92 minutos que el cineasta Emmet Mallow realizó en base a la gira canadiense de la banda en 2007. No se cuando podremos verlo en Argentina, pero si alguno se anima, en su sitio web lo ofrecen en DVD (también lo venden dentro de un boxset increíble con otros discos, un libro de fotos y otras cositas por las que cualquier fan mataría).

La película captura al dúo en distintos lugares de Canadá, divirtiéndose en una pista de bowling y hasta en un colectivo repleto de pasajeros alucinados y actuando, por ejemplo, durante la celebración de su 10° aniversario en el legendario Teatro Savoy (show que, según dicen, es el más largo en la historia de la banda).

Malloy realizó películas de surf narrando el fenómeno del surfista y músico Jack Johnson, fundó Brushfire Records con Johnson y dirigió videos musicales para los Stripes y The Raconteurs.

Respecto a los Stripes, el hiperactivo Jack White no deja de involucrarse en cuanto proyecto le proponen, pero desde mi punto de vista, el trabajo con Meg mantiene una frescura y efervescencia insuperables.
Suban el volumen y disfruten el trailer alojado en la página de Apple (requiere QuickTime, aunque tiene un tamaño de pantalla mayor) o en la web de la banda. No quise embeberlo en el post (cosa que si hizo Javier en Straight to Hell) pero les dejo unas capturas de pantalla que reflejan a la perfección la energía y la originalidad de la pareja.

Me enteré por el blog de José Angel Barrueco, Escrito en el viento

Y que me pisen, que me pisen, que me pisen

29 marzo 2010


Roadsworth: Crossing the Line (Alan Kohl, 2009) es un documental de gran calidad sobre un artista maravilloso, insurrecto y muy creativo.
Roadsworth, cuyo nombre real es Peter Gibson, comenzó a pintar sus dibujos en las calles de Montreal en 2001. Motivado por el deseo de tener más carriles exclusivos para los ciclistas y al mismo tiempo cuestionar la "cultura del automóvil", desarrolló un ingenioso lenguaje superponiendo sus propias imágenes a las líneas blancas de las calles y otros elementos del paisaje urbano, utilizando la técnica del stencil. Sus intervenciones llamaron la atención de los medios de comunicación quienes abrieron sus micrófonos a los ciudadanos para expresar su opinión. Sin siquiera proponérselo, el trabajo efímero de Gibson abrió un debate sobre arte y autoridad.
En 2004, Roadsworth fue detenido por sus actividades nocturnas y acusado de 53 cargos de daño. Pero tuvo suerte: aunque el fiscal había pedido multas severas y el registro de antecedentes penales, recibió una sentencia muy leve que él atribuye en parte al apoyo público que recibió desde que fue detenido.
A partir de aquel episodio Roadsworth, que se define a sí mismo como un artista y asume los riesgos de hacer su trabajo instintivo, inmediato y enigmático, alcanzó notoriedad en todo el mundo y firmó contratos para plasmar su arte en ámbitos públicos y privados en ciudades de varios países.

Atentos: la película fue programada durante Marzo en I-Sat y posiblemente la repitan.

[Si te gustó éste artículo, tal vez te interese otro que publiqué hace un tiempo: Los hombres sombra, sobre el graffitero Richard Hambleton.]



http://www.youtube.com/watch?v=2xZsNemvhDc






















Conejos


Nos dijeron que la juventud era un divino tesoro, que todo lo sagrado viene de ahí. ¿Suena increíble, verdad? Pero ocultar también es mentir, así que van a tener que decirnos la verdad alguna maldita vez: que siempre habrá alguien más viejo escondiendo trampas detrás de las puertas queriendo atrapar al divino tesoro.
Quieren que creas en aquello de la inmortalidad y la belleza y los premios al esfuerzo y la fiesta de egresados y todo lo demás. Deberían admitir que están engordando al conejo que más tarde meterán a la olla.
A la mierda con la dedicación y la prolijidad y los mejores resultados. La juventud muere tan pronto como te descuides y no quieras saber cuanto vas a luchar para no convertirte en otro maldito asesino de conejos.

III

27 marzo 2010


No tener padres. No tener ventrílocuos.
Mirar los pedestales, vacíos.
Los globos oculares invertidos,
hacia lo que no sale en la radiografía.
Mi propio charco de pis. Mi propia sombra.
La mandíbula duele hasta partirse.
Sale agua caliente del grifo de agua fría.
Al cachorro le roban el agua del plato.
Le roban el plato. Roban el cachorro.
Ponerse un nombre colgando del cuello,
con una dirección. Quitárselo.
Los generales y los santos no se inquietan.
No ser soldado ni creyente. Ausente
en las listas, las olimpíadas y los funerales.
Darle crisantemos y pajaritos a la lengua.
La mandíbula duele hasta llorar.
Cargar el revólver para que no duela.
No secarse con la bandera de la patria.
Darle temperaturas y tactos al estómago.
Extender el brazo y aferrarse a la mano,
mi propia mano, mi expedicionaria,
para orientarse en el silencio que sucede
al estrépito de la demolición.

De Pájaro de China

Viernes Video

26 marzo 2010

Los viernes son mis días favoritos. Pase lo que pase, revive mi ánimo vapuleado por la oficina los cuatro días anteriores. Así que mientras llega el fin de semana, lo mejor es empezarlo como si ya fuera mañana. La idea es extender el weekend!!
El video que posteo es muy divertido y hace efecto instantáneo, como los caramelos efervescentes. Suban el volumen y disfruten.


Hoy: "Flagpole Sitta", de los Harvey Danger, incluída en su disco debut Where Have All the Merrymakers Gone? (1987).


Mientras escribo

25 marzo 2010

Por Stephen King

A principios de los años noventa (es posible que en 1992, pero la diversión no se lleva bien con la memoria) formé parte de un grupo de rock con mayoría de escritores. Los Rock Bottom Remainders era una idea de Kathi Kamen Goldmark, publicista editorial y música de San Francisco. Los miembros del grupo éramos Dave Berry en guitarra solista, Ridley Pearson en bajo, Barbara Kingsolver en los teclados y yo en guitarra rítmica. También había un terceto de coristas femeninas, al estilo de las Dixie Cups, compuesto (salvo variaciones) por Kathi, Tad Bartimus y Amy Tan.

El grupo había sido concebido como simple flor de un día. Pensábamos ofrecer dos conciertos en la American Booksellers Convention, reírnos un poco, recuperar durante tres o cuatro horas nuestras disipadas juventudes y separarnos.

En realidad, el grupo no ha llegado a disgregarse del todo. Vimos que nos gustaba demasiado tocar juntos para no seguir, y, mediante la adición de un saxo y una batería (más la presencia inicial de nuestro gurú musical y alma del grupo, Al Kooper), conseguimos un sonido bastante aceptable. Digno de que cobráramos entrada, aunque fuera a precios de sala pequeña, no de U2 o la E Street Band. Salimos de gira, escribimos un libro sobre el grupo (con mi mujer haciendo las fotos y bailando cada vez que le apetecía, es decir, con frecuencia) y seguimos tocando a salto de mata con dos nombres, The Remainders y Raymond Burr’s Legs. La composición del grupo es variable (el periodista Mitch Alboom ha sustituido a Barbara en los teclados, y Al Kooper ya no toca con nosotros por desavenencias con Kathi), pero el núcleo hemos seguido siendo Kathi, Amy, Ridley, Dave, Mitch Alboom y yo, más Josh Kelly en la batería y Erasmo Paolo en el saxo.

Tocamos por amor a la música, pero también a la amistad. Nos llevamos bien y agradecemos la oportunidad, aunque sólo sea de vez en cuando, de hablar del oficio que compartimos, el de verdad, el que nos aconsejan constantemente que no abandonemos. Somos escritores, pero evitamos preguntarnos mutuamente de dónde sacamos las ideas. Sabemos que no lo sabemos.

Una noche, cenando comida china antes de una actuación en Miami Beach, le pregunté a Amy si había alguna pregunta que no le hubieran hecho nunca después de la típica conferencia; la que no hay manera de que te hagan estando delante de un grupo de admiradores y fingiendo que, a diferencia del común de los mortales, tú no te pones los pantalones primero por una pierna y luego por la otra. Amy lo pensó mucho y contestó:

–Nunca me preguntan nada sobre el lenguaje.

Le estoy enormemente agradecido por la respuesta. Yo entonces llevaba más de un año dándole vueltas a la idea de hacer un librito sobre la escritura, pero no acababa de lanzarme por falta de confianza en mis motivaciones. ¿Por qué tanta ganas de escribir sobre el acto de escribir? ¿A santo de qué me creía capaz de decir algo interesante?

La respuesta fácil es que alguien que ha vendido tantas novelas como yo tiene que tener alguna opinión interesante sobre su elaboración, pero las respuestas fáciles no siempre son verdad. El coronel Sanders vendió cantidades ingentes de pollo frito, pero no estoy seguro de que le interese a nadie saber cómo lo hacía. Yo tenía la sensación de que querer explicarle a la gente cómo se escribe era una impertinencia demasiado grande. Lo diré de otra manera: no quería escribir algo, corto o largo, que me diera la sensación de ser un charlatán literario o un imbécil trascendental. No, gracias; de esos libros (y escritores) hay bastantes en el mercado.

Amy, sin embargo, tenía razón: nunca te preguntan por el lenguaje. A un DeLillo, un Updike, un Styron, sí, pero no a los novelistas de gran público. Lástima, porque en la plebe también nos interesa el idioma, aunque sea de una manera más humilde, y sentimos auténtica pasión por el arte y el oficio de contar historias mediante la letra impresa. Las páginas siguientes pretenden explicar con brevedad y sencillez mi ingreso en el oficio, lo que he aprendido acerca de él y sus características. Trata del oficio con el que me gano la vida. Trata del lenguaje.

(Prólogo de Stephen King a Mientras escribo, Plaza y Janés, 2001)

Vía Eterna Cadencia

Nunca más

23 marzo 2010



Una obra de la diseñadora de indumentaria María del Valle Moreno publicada en su blog Ojos Brujos.

Update:
(...) “La lucha en mi cerebro era constante. Por un lado: «recobrar la lucidez y que no me desestructuraran las ideas», y por el otro: «Qué acabaran conmigo de una vez»La sensación era la de que giraba hacia el vacío en un gran cilindro viscoso por el cual me deslizaba sin poder aferrarme a nada.Y que un pensamiento, uno solo, sería algo sólido que me permitiría afirmarme y detener la caída hacia la nada.El recuerdo de todo este tiempo es tan concreto y a la vez tan íntimo que lo siento como si fuera una víscera que existe realmente. Desde entonces empecé a sentir que convivía con la muerte.”

El 5 de abril de 1978, aproximadamente a las 22 horas, el Dr. Liwsky entraba a su casa en el barrio de Flores, en la Capital Federal (...)

Grunge


Michael Lavine se llama asi mismo "fotógrafo de rock & roll". Nació en California en 1963 y desarrolló -según sus propias palabras- un "salvaje, frontal y muy fuerte estilo que parecía encajar perfectamente en la escena musical alternativa".
Bandas como Nirvana, Sonic Youth, Soundgarden, Pavement y Dinosaur Jr. -entre las cuales tenía grandes amigos- confiaron a Lavine las tapas de sus discos. Su primer libro se llamó Noise from the Underground y en noviembre de 2009 publicó Grunge, sacando a la luz una exquisita colección de imágenes de músicos y personas comunes que representan la escena punk hacia el final de los años 80 y principio de los '90, y la explosión del grunge en Seattle.

Sonic Youth, 1988
El libro se complementa con un texto escrito por Thurston Moore de Sonic Youth con el que aporta su mirada sobre los jóvenes de Seattle, las bandas seminales que definieron al grunge, la explotación comercial del movimiento cultural surgido de aquella región, y la reacción de los músicos. También habla de la muerte de su amigo y colaborador Kurt Cobain.


Sobre las fotos de Cobain y Courtny Love que aparecen en el libro, Lavine comenta: "Escogí deliberadamente fotos de Kurt mirando positivo, porque no siempre estaba triste, a pesar de lo que la gente supone. Tenía un gran sentido del humor y se rió mucho. Creo que esta fue la única sesión de fotos conjunta que ellos hicieron, me encantan estas fotos, son tan íntimas. Diría que estaban enamorados."


Actualmente Michael Lavine trabaja para medios como Vogue, Esquire y Town and Country entre otros.

El blog de Lavine: My Aim is True

Escupitajos, cerveza y alfileres

22 marzo 2010

Por Maximiliano Tomas

El libro Por favor, mátame, de Legs McNeil y Gillian McCain, no sólo logró convertirse en algo así como la “biblia” del punk. También impuso un método: el de recoger testimonios en primera persona e ir ensamblándolos, por tema o cronológicamente, para que la historia vaya armándose por sí misma en la mente del lector. El método tenía varias ventajas (rescatar la memoria de los protagonistas antes de que murieran, ofrecer una impronta de verosimilitud a sus palabras, y el vértigo irrefrenable de un sistema narrativo oral manejado a la perfección) y, además, McNeil y McCain habían logrado algo casi imposible: que por esas páginas desfilaran todos, o casi todos (Andy Warhol, Lou Reed, Iggy Pop, Jim Morrison, Nico, Richard Hell y los futuros integrantes de Los Ramones, Los Clash y demás bandas punk).

Rotten. No irish, no blacks, no dogs, la autobiografía de John Lydon (aka Johnny Rotten), el cantante de los Sex Pistols y más tarde líder de PIL, abreva de la misma fuente metodológica que Por favor, mátame: largas entrevistas editadas para ofrecer la imagen de un todo. Pero se diferencia, a su vez, en el enfoque y en su finalidad: si McNeil y McCain se centraban en la escena neoyorquina, es decir, en el surgimiento y desarrollo del protopunk, el punk y el postpunk en clubes de Manhattan como el CBGB’S, el Max’s Kansas City y sus alrededores, Rotten… tiene su epicentro en Londres, Inglaterra: la ciudad desde la que el punk se proyectó al mundo y exportó una actitud de desafío y repudio a las instituciones y una estética (alfileres de gancho, ropas en jirones o de plástico y vinil, esvásticas, símbolos anárquicos, crestas de todos los colores, borceguíes), todo en apenas dos años que conmovieron al mundo.

La música rock nunca volvería a ser la misma luego de que Rotten, Steve Jones, Paul Cook y Sid Vicious editaran en 1977 el primer y único disco de la banda, Never Mind the Bollocks, con canciones irónicas y revulsivas como “Anarchy in the UK”, “God Save the Queen” o “Pretty Vacant”, que conservan, aún hoy, toda su carga de desafío y negatividad.

Se ha escrito mucho sobre los Sex Pistols, pero la mayoría ha sido sensacionalismo o periodismo pseudopsicológico. El resto ha sido puro rencor. Este libro es lo más cerca que puede haber de la verdad, ya que recuerda los acontecimientos desde dentro (…). No tengo tiempo para mentir ni para fantasear y tampoco quiero desperdiciar el vuestro. Y si no lo disfrutas, que te pudras”. Esa es la declaración de principios de Rotten en el acápite del libro. Como siempre con él, se trata de una invitación al sincericidio y lo inesperado: tómalo o déjalo. ¿Cómo dejarlo?

El primer capítulo empieza por el final de la historia: el 15 de enero de 1978, último recital de los Sex Pistols, en San Francisco, Estados Unidos. Y cerrará en el mismo lugar, 370 páginas después. En el medio, nos enteramos de que Rotten estudió en colegios católicos ingleses hasta que lo echaron por su corte de pelo, y que tuvo una vida familiar humilde pero llena de comprensión y afecto por parte de sus padres y hermanos. Más tarde lo echarían de su casa, por teñirse el pelo de verde, pero incluso hasta ese gesto es agradecido por el Rotten adulto del libro, ya que piensa que su padre lo estaba invitando a tomar su propia vida en sus manos.

Después vendrá la escena de una Londres empobrecida y sucia a mediados de los 70, y cómo eso funcionó como caldo de cultivo para toda una generación de jóvenes aburridos que buscaban una manera de sobrevivir y pasar el tiempo. El contacto con Malcolm McLaren y Vivienne Westwood, la primera audición para la banda (que estaba buscando cantante), las peleas internas, el alejamiento del primer bajista, Glen Matlock, y la inclusión en su lugar, por parte de Rotten, de su amigo Sid Vicious. Todo atravesado por la aversión de Rotten hacia las ideas preconcebidas, la homogeneidad, por lo que no sea la más pura individualidad: “Lo que me enfurecía de los Pistols era la progresiva homogeneización del uniforme punk (…) Pero la idea no era seguir una dirección sino marcarla (…) Siempre he odiado el concepto de uniforme. Si te interesa algún tipo de movimiento tienes que rechazar esas cosas, porque de lo contrario te estancas y se convierte en algo estéril”.

Rotten se reconoce aquí como un miembro de la clase obrera inglesa; un antiintelectual con inquietudes musicales (“Nunca había sentido interés por ser músico. Sigo sin sentirlo y me alegro por ello. Me considero un estructuralista del ruido”) y algunas lecturas; un tipo con una postura clara en contra de las drogas duras (“No tenía más que fijarme en los yonquis. Los miras y piensas: ¿dónde está la diversión, el placer, el sentido?”); un constructivista (“No creo que hubiera nada nihilista en los Pistols. Lo nuestro no era un camino de autodestrucción. Más bien al contrario. Era constructivo porque ofrecíamos una alternativa, no era anarquía porque sí”); un militante del caos (“Mi filosofía era el caos, sin lugar a dudas, la ausencia de normas”).

No es sólo la voz de Rotten la que aparece aquí, sino la de sus amigos, familiares, integrantes de la escena londinense y la de los Pistols que siguen vivos. Este libro, entonces, junto a Por favor, mátame y al documental The filth and the fury (2000) de Julien Temple, como las piezas fundamentales para componer un relato, el de la música punk, que a más de treinta años de su germen se muestra como mucho más interesante y compleja de lo que suele creerse.

De tomashotel