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Del graffiti al urban art

05 abril 2010

Por Maximiliano Tomas

Demos gracias porque este tipo de libros sigue llegando a la Argentina desde Europa: la reedición, actualizada, del moderno clásico Graffiti. Arte urbano de los cinco continentes, de Nicholas Ganz. La primera versión, de 2004, exponía miles de fotografías de los artistas del género más importantes del mundo (individuales y en grupos), divididos alfabéticamente y por continentes. Esta edición agrega algunos nombres y algunos textos. Y le da la posibilidad a Ganz de referir que, como era de esperar, así como el graffiti evoluciona de manera permanente, incorporando técnicas diversas que de ninguna manera se acaban en el aerosol (pinturas, calcomanías, esculturas, pósters, aerografía, tizas), también lo hace la terminología propia y las categorías: “Actualmente muchos han comenzado a referirse a un nuevo graffiti, al que suele denominarse con más frecuencia como neograffiti, posgraffiti, arte urbano o street art”, escribe el autor.

(Imagen del libro)

En el demasiado breve apartado “Historia universal del graffiti” (de un libro de este calibre y de tal importancia podían esperarse textos más abarcativos o exhaustivos), Ganz cuenta que el origen del término viene del italiano sgraffio (arañazo), que sus orígenes se remontan a Grecia y Pompeya, y que si bien existieron algunas manifestaciones de artistas callejeros durante la Segunda Guerra y en las revueltas estudiantiles de las décadas del 60 y 70, fue en los 80 y en la ciudad de Nueva York donde estas expresiones comenzaron a tomar verdadera relevancia, a partir de las pintadas en trenes y subterráneos de Manhattan (la mejor manera de exhibir esas intervenciones y que fueran vistas diariamente por millones de personas).
Al principio fueron tags, esas rúbricas tipográficas (esas firmas) que aún se ven en todos lados, y recién después comenzaron a aparecer las piezas (masterpieces) u obras en sí mismas. Aquí figuran muchos de los nombres más relevantes de este tipo de intervención urbana a nivel mundial: Os Gemeos, Merz, Dalek, Swoon y, por supuesto, el gran referente del stencil, el inglés Banksy, autor de célebres y desafiantes obras de protesta (y que se animara a colgar hace un tiempo, con sus propias manos, su versión personal de La Gioconda en las paredes del Louvre).


(Graffiti en la ciudad de Buenos Aires. Fuente: graffiti.org)

En Sudamérica, se sabe, es la ciudad de San Pablo la que va a la vanguardia del arte callejero. En la Argentina aún se trata de un movimiento emergente, aunque en ciertas obras y nombres presentes en este libro (Alexone, Asstro) se advierte la evidente influencia de este tipo de arte en los ilustradores de tiras diarias locales. La mano del capital, que todo lo toca (y todo lo corrompe), no podría estar exenta del arte urbano: muchos de los creadores han sido primero tentados y más tarde contratados por agencias de diseño, publicidad y marketing. Tal vez por eso Ganz se sienta impelido a escribir, hacia el final del volumen: “La calle y los espacios públicos son el corazón del graffiti, que no está pensado para las galerías o la publicidad. Representa una filosofía de vida, la de reivindicar la calle y ser libre para rediseñar el propio entorno. Se trata de un arte anarquista en el que cualquiera puede participar (…) al tiempo que se transforma el paisaje urbano que unos extraños han configurado arquitectónicamente”. Y todavía hay gente que cree que el arte está sólo en los museos.

(Graffiti en la ciudad de La Plata, Buenos Aires. Fuente: graffiti.org)

Publicado en el suplemento de Cultura de Perfil. Vía tomashotel.

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