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Lo salvaje

13 abril 2010


Una palabra de Leila Guerriero


Diccionario de la lengua: Salvaje. Del cat. y prov. salvatge. 1. Sumamente necio, terco, zafio o rudo. 2. Se decía de los pueblos primitivos y de los individuos pertenecientes a ellos.




Que se aplica a las plantas no cultivadas. A los animales no domesticados. A los pueblos que no se han incorporado a la marcha general de la civilización y permanecen en estado primitivo, y a los individuos que pertenecen a esos pueblos. A lo aborigen, lo antropófago, lo bárbaro, lo feroz, lo violento y lo cruel, lo arisco, lo montaraz, lo huraño y lo campestre.
El diccionario define así y agrega esto: que se aplica a las personas que se portan sin consideración hacia las demás; a lo que se hace de manera incontrolada, sin respetar las normas establecidas. Y arroja entonces, involuntario, un placer extra: el placer de estar en desacuerdo. Un placer, por cierto, muy salvaje.


Salvaje –la palabra– es bella por su forma (la sierpe de la ese en el comienzo; la ve escueta y sin adornos; la ele como un junco; la a que escribe, también, la mar y el agua; la jota que está en tajo y en jirón, y la e severa, la tan oscura letra) pero también por su inquietante fondo, por lo que dice. Salvaje es, sí, lo que está fuera de norma, lo que no se somete, lo que permanece arisco, montaraz, huraño, un poco hostil, un mucho esquivo y ajeno a toda regla: a toda regla que no sea la suya pero aceptando, también, su consecuencia.


Porque un salvaje no es alguien sin consideración, o que actúa de manera incontrolada. Un salvaje no daña excepto que quieran profanar su territorio. Excepto que, allí donde él planta su reino, le instalen –o pretendan– horario de 9 a 18: jaula. Un salvaje tiene reglas propias, pero reglas, y suelen ser reglas que no se meten con nadie. Ésta, por ejemplo: decir no donde todos dicen sí. Decir sí donde todos se resguardan. Tomar el riesgo. Jugando a los indios y los cowboys en el verano ardiente de mi pueblo, cuando regresaba a casa manchada de barro y de sudor, las rodillas un coágulo de sangre, mi madre, por no saber qué era eso que criaba (un íncubo, una hija) decía: «Sos una salvaje». Yo sonreía: siempre pensé que era un elogio.


La precisa, reconcentrada rabia de estos versos de la poeta uruguaya Idea Vilariño: «Si te murieras tú / y se murieran ellos / y me muriera yo / y el perro / qué limpieza». Rabia: esa otra palabra donde late –semilla de lava– un corazón salvaje. Y lo que (me) hace la palabra salvaje: el lugar al que (me) lleva, las cosas que (me) dice: tu espalda bajo la lluvia de un cielo de barro, la camioneta empantanada, el río creciendo implacable bajo el puente y la naturaleza de los trópicos pudriéndolo todo alrededor. El olor del miedo –un vaho que venía del fondo de la tierra y nos empujaba el corazón dentro del pecho– y tu brazo sobre mi hombro. No para proteger sino para sentir que no estabas solo.
Los maizales sembrados por la mano del hombre, los silos y las máquinas: ese laboratorio que es el campo ahora. Y nosotros, un puñado de cuatro: la escopeta, los disparos, el pato desapareciendo en la laguna como si se hubiera derretido. Comer lo que se caza: el sabor de la carne, la fuerza de la sangre casi viva. Sentir que uno no es dueño del mundo pero que puede aprovecharse porque, después de todo, él se aprovecha: nos gasta, nos deja hacernos viejos. No hay fuera de control en lo salvaje.


Hay, sí, una economía de recursos: no se toma más de lo que se va a usar. Lo salvaje no pide porque no necesita. Lo salvaje prescinde. Lo salvaje se basta. Esto es salvaje: el lomo de un caballo, un toro como un diablo. Bajar al mar, ese universo negro de sangre y piedras y veneno. Respirar bajo el agua. Un barquito cualquiera pintado de rojo, la calma chicha, el sol de aceite, las olas contra la quilla y esta obra perfecta: el olor a branquias y escamas que queda entre tus dedos coronados.

Vía Etiqueta Negra
(La separación de frases corresponden al editor de KH, no al original)

Foto: "Child with a toy hand grenade in Central Park" (Diane Arbus, NYC, 1962)

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