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Taxirock

12 abril 2010


Por Haruki Murakami

Salimos del establecimiento y buscamos un taxi. Con nuestro sucio aspecto, nos costó mucho que se detuviera uno. El conductor era un joven con el pelo largo que escuchaba música de Police por un gran radiocasete estéreo que llevaba en el asiento del copiloto. Tras decirle la dirección, me hundí en el respaldo del asiento.

–¡Vaya! ¿Cómo es que están tan sucios? –nos preguntó el taxista echándonos un vistazo por el retrovisor.
–Es que hemos hecho una lucha cuerpo a cuerpo bajo la lluvia –respondió la joven.
–¿Ah, sí? ¡Qué fuerte! –repuso el conductor–. Tienen una facha espantosa. Y tú, en el cuello, tienes un chupón enorme.
–Ya lo sé –dije.
–Pero a mí eso me da igual –dijo el conductor.
–¿Por qué?
–Yo sólo levanto a gente joven que tiene pinta de que les guste el rock. Que vaya limpia o sucia me da igual. Lo que quiero es escuchar la música. ¿Les gusta Police?
–No está mal –contesté diplomáticamente.
–En la empresa me dicen que no ponga esta música. Que ponga los programas de música pop en la radio. ¡Eso ni en broma! Matchi, Seiko Matsuda [cantantes del pop japonés]. ¡Puaf! Esas basuras no las escucho ni loco. Police es lo mejor. Puedo estar escuchándolo el día entero sin hartarme. Y el reggae también me copa. ¿Qué les parece a ustedes?
–No está mal –dije.
Cuando se acabo la cinta de Police, el conductor puso una grabación de Bob Marley en concierto. La guantera del taxi estaba atiborrada de cassettes. Exhausto, muerto de frío, adormilado, con el cuerpo hecho cisco, no me encontraba en el mejor momento para disfrutar de la música, pero era agradable ir en el taxi. Me quedé contemplando con mirada vaga cómo el joven conducía moviendo los hombros al ritmo del reggae.
Cuando detuvo el taxi frente a mi departamento, pagué el importe del viaje, bajé y le di mil yenes de propina diciéndole:
–Cómprate alguna cinta.
–¡Gracias! ¡Hasta pronto!
–Oye, ¿no crees que dentro de diez años, o de quince, la mayoría de taxis pondrán música rock? Ojala, ¿verdad?
Pero yo no creía que eso fuera a suceder. Hacía más de diez años que Jim Morrison había muerto, pero aún no había visto un solo taxi que pusiera música de The Doors. En el mundo hay cosas que cambian y cosas que no cambian. Y las cosas que no cambian, pase el tiempo que pase, no cambian jamás. La música de los taxis es una de ellas. Las radios de los taxis siempre sintonizan programas de música pop, tertulias de mal gusto o transmisiones de partidos de béisbol. Por los altavoces de los grandes almacenes suena invariablemente la orquesta de Raymond Lefèvre; en las cervecerías, las polacas; en los barrios comerciales a finales de año, las canciones navideñas de The Ventures.


Fragmento de "El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas".
En la foto Roberto Begnini taxista (Night on earth, Jim Jarmusch, 1991).
Publicado en
Eterna Cadencia

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