O de cómo el personaje en cuestión, alemán, director de cine, 42 años, advirtió al filo de la angustia que no había muchas historias que contar, sino una sola.Por Marcelo Figueras
A comienzos de 1973, en Nueva York, Wim Wenders asistió a una proyección privada de Luna de papel, el film de Peter Bogdanovich. Fue un shock. Al dejar la sala, y por un lapso de varias horas, deambuló por el SoHo, sin destino, mascullando una única palabra en alemán: una palabra que, vertida al castellano, significa catástrofe.
Para ese entonces, Wenders había escrito ya la historia de Alicia en las ciudades, y preparaba su rodaje. Ante las imágenes de Luna de papel, como ante un fantasma, pensó, angustiado, que su proyecto había muerto aun antes de nacer.
Luna de papel lidiaba con un hombre que, a regañadientes, debía hacerse cargo de una niña y conducirla, sana y salva, a casa de una tía.
Alicia en las ciudades, reducida a un mínimo esqueleto argumental, era idéntica a Luna de papel.
Wenders narró su desventura a Samuel Fuller, un viejo cineasta americano por el que profesaba admiración.
"No hay más que un puñado de historias", le espetó Fuller como toda respuesta. Entonces comprendió: los films, las novelas, las canciones, no hacen sino girar en torno a un número limitado de historias. Operan como variaciones musicales, como relecturas, como remakes -voluntarias o no-. Las coincidencias, aunque notables, no bastan para negarle a una obra el acceso a la vida.
Alicia... merecía su oportunidad. Fuller la había salvado. "Un Arcángel", dice de él hoy Wenders.
Y el film cobró forma, y entre él y Luna de papel hay tanto en común como entre un Aleph y una bayoneta.
De allí en más, en los catorce años que llevan hasta el momento presente, Wenders vivió y filmó, vivió y filmó, como si ambas acciones no fueran sino movimientos complementarios de un mismo músculo. "Ya no existen ficciones inocentes, ficciones que no hagan referencia a sueños que ya han sido soñados”, dijo alguna vez. La lección de Fuller había sido asimilada. Sus films, pues, no narran sino una única historia.
La de un hombre, un solitario, a quien se desvía de su camino.
Joseph Bloch, en La angustia del arquero ante el tiro penal (1971), que abandona su valla y termina estrangulando a una mujer.
Philip Winter, el periodista que debe redactar un gran reportaje sobre Estados Unidos en Alicia en las ciudades (1973), y que acaba velando por la niña.
Wilhelm Meister, el joven de Falso movimiento (1974), que deja su casa para vagar por Alemania y convertirse en escritor.
Robert Lander, el pediatra de Al filo del tiempo (1975), a quien su mujer abandona, fracaso que lo impulsa a lanzarse a la ruta: pronto recorrerá el país junto a un técnico que repara viejos proyectores cinematográficos.
Jonathan Zimmerman, el enmarcador de cuadros de El amigo americano (1976), que se convierte en asesino por dinero.
Nicholas Ray, en Nick's movie (1979), el director de cine de Rebelde sin causa y Party girl que hacia el fin de su vida deviene protagonista de un film y de un cáncer fatal.
El escritor de Hammett (1978-82), a quien las circunstancias truecan en detective.
El cineasta de El estado de las cosas (1981), a quien la escasez de celuloide obliga a dejar el set para perseguir a un productor.
El hombre que busca su lugar de origen en París, Texas (1983), y que suspende momentaneamente la empresa para reunir a su esposa y a su pequeño hijo.
El mismo Wenders que, en Tokyo-Ga (1985), se aparta de su camino para ver qué queda del Japón registrado en los fllms de Yasujiro Ozu ("Sus películas contaban, una y otra vez, la misma, simple historia, sobre la misma gente, en la misma ciudad: Tokyo…”).
El ángel Damiel, en Bajo el cielo de Berlín (1987) quien al enamorarse de la humana Marion, decide resignar su condición y devenir corpóreo, carnal, finito.
Esa única historia, retomada en todos y cada uno de sus films, puede ser formulada de otras maneras.
Es, también, la historia de dos movimientos que se anulan. El de la cámara, siempre en acción, que sigue a personajes que viajan, corren, vuelan, para no llegar a ninguna parte sino al punto de partida. 
Es, también, la historia de un cataclismo familiar que priva a los hombres de sus raíces y los lanza al mundo en busca de un Padre -Real, Imaginario, Simbólico, tal como lo entendía Lacan- y de una Madre, rol al que deben atenerse todas las mujeres. Es, también, la historia un cataclismo nacional, que cerró a los alemanes las vías hacia su propia cultura y los sumió en el seno de la Gran Cultura Americana ("Necesitábamos olvidar ese pasado, en virtud de la culpa. Así ocurrió. Al agujero resultante lo tapamos con chicle, y fotos Polaroid...”). Es también, la historia de un hombre empeñado en reencontrarse con su lugar de origen, consciente, a la vez, de que su búsqueda es vana, gratuita, irrealizable, como la del Santo Grial.
El último film de Nicholas Ray, sobre el que él y Wenders dialogan en Nik's movie, se llama, precisamente, We can't go home again: es decir, No podemos regresar a casa.
Es, también, la historia de una iniciación que no se concreta jamás, negando, buena parte del arte occidental. Que Wenders y su doppelgänger literario, Peter Handke, hayan escogido al Wilhem Meister de Goethe como base de Falso movimiento, no es casual: se trata de la novela de iniciación por antonomasia, a la que Wenders traslada al mundo actual y, en fin, niega. "El viaje como aprendizaje, para comprender el mundo, es impensable en este siglo. El Wilhelm de Falso movimiento lo intenta, pero advierte que sólo avanza hacia la nada, que, en verdad, su espíritu no se mueve ni un centímetro", escribe Wenders en Cahiers du Cinéma (N° 400).
Es, también, la historia de un lenguaje en crisis: el cine. No hay virtualmente ninguno de sus films que no sea una reflexión consciente sobre esa materia, de un modo literal, como en El estado de las cosas, o a partir de la elipsis, como en El amigo americano, donde Zimmerman -el cine europeo, artesanal, modesto- traba una relación espuria con Tom Ripley -el cine americano, moderno, rico, "poco inclinado a interrogarse sobre sus propios mecanismos", según Catherine Petit- y luego muere, enfermo.
Es, por último, la historia de la imposibilidad de contar historias en el mundo contemporáneo, al menos desde la convención, la "inocencia" y la falta de conciencia sobre los mecanismos de la narración.
Con estos elementos y otros muchos, Wim Wenders ha forjado una obra impar en el cine de los últimos veinte años. La suya es la única mirada en verdad nueva que ha surgido de los '70 a esta parte: todos los talentos jóvenes de hoy, los enfants prodigieux, los Leos Carax, le deben buena parte de su cinefilia.
Tiempo atrás, alguien, hoy un muerto ilustre, dijo que Orson Welles era un genio, "en el sentido más nocturno y alemán de la palabra". Cuando Welles paso a mejor vida, todo el mundo aceptó como cierta la definición. Wenders también es un genio. Pese a que, según parece, faltan aún muchos años/films para que Wenders fallezca, sería deseable que se lo admitiera como tal antes de que sonara su hora. Que se difundiera su trabajo, casi totalmente ignorado en la Argentina. Que las nuevas generaciones de cinéfilos tomaran contacto con sus films.
Mientras tanto, con la hoy celebrada Bajo el cielo de Berlín -premio a la mejor dirección en Cannes 87-, con la inminente Hasta el fin del mundo, Wenders sigue perfeccionando su arte, adelgazándolo, "con extrema economía de medios y reducido a lo absolutamente esencial", como refiere de Ozu en Tokyo-Ga.
Lo esencial. El puñado de historias mencionado por Fuller. Historias que se reducen a una sola. 
"Llevo hechos diez films", dice el cineasta Fritz Munro (Patrick Bauchau) en una escena de El estado de las cosas. "
Sé narrar las historias, y, sin cesar, a medida que una de ellas avanza, la vida se deshilacha.
La muerte. Todas las historias hablan de la muerte...”.
TRANSFICCIÓN Dos automóviles, sobre un paisaje de Arizona. En uno, una pareja con un niño. En el otro, un hombre solo. Hay un accidente. En el medio de la nada, en el medio del desierto. La pareja y el niño salen ilesos. El hombre solo muere. No tiene documentos, ni identificación alguna. Apenas un sobre con un manuscrito, bajo el título Crónicas de motel. Antes de partir, la mujer toma el sobre. Poco a poco, irá leyendo el texto, y se enamorará del hombre que lo escribió, de ese tipo solo, del que murió en un automóvil, lejos, en el desierto. Su marido comenzará a sentir celos de ese fantasma. En un momento de furia, arroja buena parte del manuscrito por una ventana, y la historia prosigue con la gente que toma las páginas sueltas, al azar... (De Wenders a Cahiers du Cinéma N° 360/36, narrando la idea original de lo que habría de transformarse en París, Texas.)
: : : El mundo de Wenders es extranjero a sus habitantes: lo real no es sino apariencia vacía de significación, donde predominan los edificios abandonados, las calles desiertas, los trenes se fugan hacia sitios desconocidos, los gadgets como el teléfono, que no sirve jamás para comunicar… No hay nada que comprender. Sólo hay que mirar, pero mirar de manera neutra, sin deseos de entender ni de actuar (Annie Goldman, L’Errance daans le Cinéma Contemporain).
Aquel que sufre de manía deambulatoria.
Wenders es uno.
: : : LA FOTOGRAFIA: Es el pasado. El pasado del cine. El pasado del hombre. Lo que permanece cuando todo se mueve, cuando todo se derrumba. El retrato de familia. La instantánea del lugar en que ha sido concebido. Y, a la vez, una ficción: "No se fotografía jamás lo que se ha visto", dice Philip Winter en Alicia en las ciudades.
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Las vueltas de la vida. Hasta hace poco, los latinos que andaban por el orbe recibían un tratamiento igual de respetuoso que el que se dispensaba a los soretes de cabra. Ahora, parece ser, lo latino está de moda. Madonna y Sting y David Lee Roth cantan en castellano. Los dueños de Hollywood hicieron números: advirtieron, entonces, que los hispanos son casi el quince por ciento de la población americana, y que, en proporción, consumen más cine que cualquier otra minoría étnica. La Bamba fue un globo de ensayo: hay más latinadas en camino. Radios como la Hot 103 neoyorquina difunden lo que en inglés se llama latin hip hop, una etiqueta general que cuadra al pop, funk y disco de extracción hispánica. Ya hay stars series con "héroes" latinos, como I married Dora, de la ABC americana. Quizás el boom sea sólo eso: una lluvia pasajera, pan para hoy y hambre para el resto de la vida. Cabe, sin embargo, sopesar la posibilidad contraria: ¿qué pasaría si lo latino, y en especial lo argentino, se convirtiera en top en el mundo entero? ¿Si los rockeros locales opacaran a los americanos? ¿Si hablar castellano se convirtiera en un signo de distinción? ¿Si nuestros programas de TV rompieran en todas partes? Tal vez se peque así de exceso de optimismo. Pero, tal como están las cosas, uno de los pocos lujos que podemos darnos es el de la imaginación...

Sylvester Stallone protagoniza Camacho, bajo la dirección de George Pan Cosmatos, con guión de John Milius y Elizabeth Peña como coprotagonista. "Creo que el punto de vista de los latinos, injustamente postergado debe ser reconocido, al fin, por Hollywood", declaró el actor. El film trata de un teniente del ejército contra, que, varado en Costa Rica, organiza un grupo comando con el que intentará el ataque definitivo al bastión sandinista.
Entre julio y setiembre de 1989 se verifica, en Buenos Aires, el nacimiento de cientos de bebés seismesinos, de los cuales sobrevive el noventa por ciento. El fenómeno se repite, inalterado, en todos los casos: lo primero que abandona el vientre de las madres no son las cabezas, sino las manos de los niños. “Se trata de toda una nueva generación que no quiere perderse esta hora de gloria", afirma Alberto Cormillot, médico y dirigente político.
La cadena radial Hot 103, que cubre todo el territorio de los Estados Unidos, consagra a intérpretes latinos: Valeria Lynch, Chayanne, El Paz Martínez, Amanda Miguel, Ana, la Ray Milland Band, Pichi Landi y el Sargento Cipolatti.
Raúl Porchetto graba, en los estudios Power Station, su álbum Virgen Gaucha. La publicidad habla de él como "la respuesta latina a U2".
La serie I married Dora, de la ABC norteamericana, se convierte en un éxito internacional. Pese a que su trama gira en torno a una centroamericana que se ve obligada a casarse, en Nueva York, para no ser deportada a su país de origen, las autoridades inmigratorias de los Estados Unidos se niegan a liberalizar la legislación en la materia. La opinión latinoamericana, y en especial la argentina, interpreta esa sordera como "un acto de venganza", ante las visas que diariamente se deniegan a ciudadanos norteamericanos que quieren instalarse en territorio de habla hispana.
Furiosa, Moria Casán admite: "Me ganaron de mano”. Su show televisivo en el Canal 47 de Nueva York no obtuvo nunca el rating esperado. En materia de music hall, el líder indiscutido sigue siendo El show de Iris Chacón, una vedette portorriqueña cuyo programa lleva más de cinco años en el aire. "Ahora me llaman ‘la Iris Chacón argentina’, y eso me crispa", afirmó la actriz.








SE QUISO VISITAR EL LADO OSCURO DE BUENOS AIRES: LOS CEMENTERIOS, LAS MORGUES, LAS CLOACAS. SE DESCUBRIÓ, EN EL INTENTO, QUE HABÍA OTROS SITIOS QUE ERAN TANTO O MÁS
"NEGROS”. LA MAYOR PARTE DE LAS ESCUELAS, POR EJEMPLO. LAS OFICINAS. LOS ASILOS. QUE, ADEMAS, EL MEJOR MODO DE APROXIMARSE A ELLOS NO ERA PRECISAMENTE EL INFORME PERIODÍSTICO, LA FICCIÓN DE OBJETIVIDAD. SE CARGÓ CON UN ROLLO A LA CAMARA KIVILAN Y A LA CALLE.
¡Cambiará el universo, pero yo no!
Este joven cronista aún no ha logrado escribir una puta línea del informe encargado. No es por vagancia, ni espíritu libertino, rebeldía o aflicción intestinal. ¿Entonces?...
Una iluminación es un acto espontáneo. Este joven cronista, bastante mal confeccionado intelectualmente, poseía sin embargo cierto magnetismo estructural para las iluminaciones. Y esto obedece a una única razón: su idiotez. Una peculiar, espontánea e hipertrofiada idiotez que nadie en aquella redacción ignoraba:
Este joven cronista no caza una de los términos de la disputa. Pero está al tanto del clima de efervescencia que vive la editorial: un inminente éxodo de lectores se avecina en caso de no dar con la tecla adecuada.
-Los gases -continúa este cronista- deberán obtenerse del aliento de argentinos que...
Hay iluminaciones que pueden cambiar la historia de la humanidad.
Nada ni nadie amedrentará a un idiota. Ni siquiera un informe periodístico. Sin embargo, es sabido, de algo hay que vivir.
Resumamos: el anuncio de la Cámara Kivilan apareció en un ejemplar de la revista Muy Interesante: "Construya su propio detector de Tiempo". Este joven cronista acude al domicilio indicado, un pequeño comercio del Once. Lo atiende el mismo Kivilan en persona quien, no sólo por una módica suma le entrega el prospecto para la instalación casera de una cámara sino, también, le adjunta: tres inciensos, dos bolsitas con mirra y el Primer Manual Hogareño Para Entretejido de Cerebros...
Aún contra los inevitables prejuicios de todo lector, este joven cronista está en condiciones de afirmar que no ha sido engañado.
Triunfe usted también como triunfó este cronista: déjese llevar por la espontánea idiotez que en algún lugar suyo ha de haber:
Una tarjeta de Prode con trece dedos.
TODOS ESTOS AÑOS '80 (METODO KIVILAN)
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COMPRENSIÓN DE TEXTOS