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El debut del chico tatuado

06 abril 2010


Un cuento clínico-punk de David González

Entré en la oficina del maestro de perfiles a recoger el sobre que contenía el resultado del reconocimiento médico-laboral que me habían efectuado en los servicios médicos de la empresa quince días antes.
SE ACONSEJA ACUDIR A SU MÉDICO DE CABECERA CON ESTOS ANÁLISIS.
Acudí.
En la sala de espera, dos mujeres daban la lengua:
- ¿Cuánto has adelgazado? -preguntó una.
- Veintiséis kilos -respondió la otra.
- Estás más guapa así.
Oí mi nombre y mis apellidos. Entré en la consulta, me senté, dije:
- He adelgazado nueve kilos en menos de un año.
- Me vas a hacer análisis de sangre y orina.

- ¿Y tú a qué lo achacas? -me preguntó, unos días después, el médico, el mismo.
- A los nervios -le dije.
- ¿Así que tú crees que la causa son los nervios?
- Sí- le dije -. Eso creo. Sí.
- Veamos -dijo.
Pulsó uno de los botones de su interfono:
- ¿Están por ahí los resultados de la analítica practicada a David González?
Estaban. Se los trajeron. Les echó un vistazo por encima.
- Diabetes -me dijo-. Esa, y no otra, es la causa del adelgazamiento.
- ¿Y eso tiene cura? -le pregunté.
- La diabetes es una enfermedad crónica -me contestó.
- ¿Y tendrá que pincharse insulina? -le preguntó la mujer que antepone mis necesidades a las suyas.
- Si no hubiera indicios de acetona, quizá no.
- ¿Pero cuál es la relación de la acetona con la diabetes? -le preguntó ella.
- Cuando aparece acetona significa que la insulina que produce el páncreas no trabaja bien -le dijo el médico-. No depura el azúcar ―explicó―. Entonces, el organismo sustituye esa insulina por otra sustancia, la grasa por ejemplo. De ahí que David haya adelgazado tanto- terminó.
Luego me preguntó:
- ¿Hay antecedentes de diabetes en tu familia?
- Que yo sepa no -le respondí-. Aunque mi madre se puso insulina durante mi embarazo.
- Te voy a preparar un volante para que vayas mañana al hospital -me dijo-. Vas por urgencias.
El bolígrafo con el que garabateaba, de madera, tenía su nombre grabado, en letras doradas, en la pestaña de acero inoxidable.
- ¿Fumas? -me preguntó.
- Sí.
- ¿Cuánto?
- Dos cajetillas al día.
- ¿Fumas porros?
- Alguno, sí. Pero pocos.
- ¿Alguna otra droga?
La realidad era mi droga, recuerdo que decía Cyril Collard.
- ¿El alcohol cuenta?
- Sí.
- Pues entonces alcohol también.
- ¿Y aparte del alcohol?
- A veces esnifo farlopa?
- ¿Cocaína?
- Sí.
- ¿Qué cantidad?
- No sé…Tres o cuatro rayas los fines de semana.
¿Pero a quién pretendías engañar, tío? ¿Al médico o a ti mismo? Sabías de sobra que era raro el finde que bajabas de los dos o tres gramos.
El médico me miró, como si pensara: y qué más.
- Y pastis.
- ¿Éxtasis?
- Sí. En alguna fiesta.
- ¿Tus padres viven?
- Sí - aún no les había matado a disgustos.
- ¿Tienes alguna enfermedad?
- Diabetes - le vacilé.
Levantó los ojos de la mesa, me miró.
- Aparte - me dijo.
- No.
Me firmó el parte de la baja laboral.
- Y no te preocupes -me dijo-. Podrás seguir haciendo una vida normal (ya) y podrás seguir trabajando (sí, también).
Salimos de la consulta, del ambulatorio, y subimos al coche (porque de aquella aún tenía coche). No alcanzaba a comprender todavía, a imaginar siquiera, si finalmente se confirmaba, la importancia de lo que el médico de cabecera acababa de decirme. La gravedad de la dolencia que me había diagnosticado. Ni cómo afectaría a mi vida y a la de todos aquellos con quienes la compartía, en especial a la de la mujer que se desvive por mí.
- ¿Avisaré a mi madre? - le pregunté.
- Espera a mañana -me dijo-. Espera a ver qué pasa mañana, qué te dicen. No la dejes preocupada.
Cuando le di a la llave de contacto, las lágrimas arrancaron a la primera.
- Tranquilo -me dijo ella acariciándome la espalda con ternura-. Tranquilo –repitió-. Deja de llorar. No llores más. Ahora ya sabemos por qué eres tan dulce.

A las nueve en punto de la mañana entregué el volante en la ventanilla de admisión de urgencias del hospital.
Un celador me acompañó hasta una habitación minimalista: una cama diminuta, un armario metálico y una mesa.
- Quítate toda la ropa, menos los calzoncillos, y métela en esa bolsa.
Una bolsa de plástico, como las de la basura, del mismo color.
- Y ponte este camisón.
No sabía cómo se ponía, así que terminé por ponérmelo del revés. Me dejaba al descubierto los tatuajes del pecho: una paloma con una hoja de laurel en el pico y un revólver del calibre cuarenta y cinco.
Entró una enfermera, reparó en los tatuajes.
- ¿Tiene ganas de orinar el chico tatuado? - me preguntó.
- No muchas, la verdad.
- Entonces me veré obligada a ponerte la sonda - dijo.
- De repente me han entrado unas ganas tremendas - dije.
Entró una mujer, médico, endocrino, joven, guapa, saludable. La paloma, en su vuelo, le pasó raspando la cara. El revólver la encañonó.
- ¿Dónde te hiciste eso? - me preguntó.
Es mejor, siempre que sea posible, decir la verdad.
- En la cárcel -le dije.
- ¿Y por qué fuiste allí? -quiso saber.
- Por malo.
- ¿Y estuviste mucho tiempo?
- Tres años.
Entró otra vez la enfermera.
- Vamos a hacerle un electro al chico tatuado - dijo.
Entonces, de repente, reparé en las uñas de mis pies. Con las prisas, los nervios, el madrugón, me había olvidado de cortarlas. Me daba vergüenza, mucha vergüenza, que la enfermera pudiera llegar a pensar que yo era un marrano. La sábana no alcanzaba a taparme los pies. Estaban largas, mis uñas, tan largas que hubiera podido enroscarlas sin ningún problema a los barrotes que había a los pies de la cama. Sin embargo, la enfermera no pareció darse cuenta, o ya estaba acostumbrada, y mi cuerpo se transformó, en apenas unos instantes, en un amasijo de cables, pinzas y parches.
La habitación no tenía puerta. Cortinas. Estaban descorridas. Observé lo que sucedía en el interior del cuarto número seis. Exploraban a una paciente, una chica joven, pelirroja, con aspecto de yonqui. Llevaba puestas unas bragas y un sujetador, a juego con el color de su piel, el blanco. El adjetivo delgado se quedaría corto si me viese en la tesitura de tener que hacer una descripción de su cuerpo. Pero si tuviese que describirlo, diría que estaba consumido. Igual que su rostro. Los pómulos sobresalían tanto que parecían nudillos. Los ojos, en un intento desesperado por escapar de la invasión a que estaba siendo sometida su intimidad, se detuvieron, por unos segundos, en los míos, reconociéndolos, aceptándolos. Su mirada lo decía todo: En manos de extraños, tío, así acabamos. En manos de extraños.
Entró un médico. Se fijó en las tres cicatrices del antebrazo, del siniestro. Puso cara de asco. Pero era humano, el endocrino, sentía curiosidad.
- ¿Y eso? -me preguntó-. ¿Te cortaste?
- Me lo hice en la cárcel con la hoja de una maquinilla de afeitar - le contesté.
- Así que te diste a la mala vida, ¿eh?
- Algo parecido, sí.
- Pues ahora ya se te acabó - dijo, con satisfacción.
Me acordé de Hubert Selby Jr, el escritor estadounidense, de algo que dijo, o escribió: La luna de miel se ha terminado.
- Tienes diabetes de debut, diabetes insulinodependiente -me dijo el medico-. ¿Has venido con alguien? Vamos a dejarte aquí.
En manos de extraños, pensé, y volví la vista hacia el cuarto número seis, pero en el cuarto número seis no había nadie. La chica con aspecto de yonqui, la pelirroja, ya no estaba. Se la habían llevado.



El debut del chico tatuado (Relatos completos 1998 - 2009), recopila todos los relatos de David González. El cuento lo encontramos en el blog de la editorial Azotes Caligráficos

Y si te gustó la pluma de este poeta gijonés -de quien dicen que su obra es autobiográfica- la entrevista realizada el año pasado que encontramos en el blog Subcultura-El arte underground en Granada te ofrece algunas pistas sobre él y su trabajo.




David no es un perdedor, aunque su último poemario: Loser, signifique eso precisamente. Es alguien con las cosas muy claras, un poeta de no ficción, un poeta de hoy que habla de cosas de hoy. David González nació en 1964 en San Andrés de los Tacones, Gijón. Dirige la colección de poesía Zigurat, que edita el Ateneo Obrero de Gijón. Ha publicado, entre otros, los siguientes libros: Reza lo que sepas (Eclipsados, 2006), El amor ya no es contemporáneo (Ediciones Baile del Sol, 2005), Tango azul (Universidad Católica de Córdoba, Argentina, 2005) y Anda, hombre, levántate de ti (Bartleby Editores, 2004), Algo que declarar (2007), En las tierras de Goliat (2008) y su último poemario Loser (2009) Bartheby Editores. Sus poemas han sido traducidos al inglés, al alemán, al francés, al árabe y al húngaro.

Como poeta, tiene un concepto crítico muy personal del mundo que le rodea y hace de su poesía una constante llamada de atención a la conciencia. David, se enfrenta al Goliat de la sociedad actual con la honda de la palabra en un tiro certero, como su poesía. Desde su Ciudad Gris, nos ha contestado estas preguntas que nos dejan acercarnos más a él.

1- David, la pregunta más simple, ¿por qué escribes?
Ya lo he dicho en más ocasiones: Escribo para limpiarme por dentro. Pero en los últimos tiempos he comprendido que me ensucio a más velocidad de la que escribo.

2- Tu último libro, Loser, ¿qué supone en tu poética?
El final de la misma.

3- ¿Dónde aprende a escribir un poeta al que luego se le etiqueta como “autobiografista”?
En la Universidad de la Vida. Y leyendo a escritores de No Ficción.

4- Hablando de etiquetas… “realismo sucio”, “poesía de la conciencia”, “realismo comprometido”, “poesía de la contracultura”… son algunas de las que aparecen en tu biografía. Realmente ¿se puede etiquetar la poesía de David González?
Ya que en esta sociedad de mierda en que vivimos se tiene la manía de etiquetarlo todo, mi poesía se podría etiquetar como Poesía de No Ficción y de ninguna otra manera.

5- Por cierto… ¿qué se siente al ser uno de los poetas contemporáneos que aparece en la Wikipedia?
Nada. Eso no tiene nada que ver con el acto físico de la escritura.

6- Lejos de la imagen bohemia del poeta, te has adaptado a los tiempos, tienes página web y blog, te prodigas en publicaciones en la red, comentarios, reseñas de otros autores ¿en qué está influyendo la “era internet” en la poesía actual?
Esa imagen bohemia del poeta no se corresponde con la realidad. Es una imagen de otros siglos. El hecho de tener web o blog no te hace ni más ni menos bohemio. Ser un artista bohemio no tiene nada que ver con el uso que ese artista haga de las nuevas tecnologías. Sobre todo teniendo en cuenta que administrar un blog es totalmente gratuito y teniendo en cuenta además que con la conexión wifi ni siquiera tienes que gastarte un euro en pagar cuotas, solo el café que te tomes en una zona wifi.
La Era Internet está influyendo en la difusión de la poesía, en una mayor difusión de la misma. Ya no hace falta comprarse libros para tener a tu alcance poemas de toda clase y condición. También está originando una mayor democratización de la poesía. Y también en que un poeta desconocido, inédito, puede dar a conocer su poesía a través de su blog por ejemplo a un número infinito de lectores, cosa que antes no podía hacer. Y en este sentido, como lector de poesía, es algo que me fascina, pues he descubierto a grandes poetas gracias a esto que te digo.

7- “Perdóname, pero te amo…” Realmente, ¿se puede pedir perdón por amar? ¿Por qué otras cosas habría que pedir perdón hoy en día?
Si el que ama soy yo, sí se puede pedir perdón por amar. De hecho, gente como yo deberíamos ser conscientes de que amar a alguien es hacer sufrir a ese alguien.
Habría que pedir perdón por tantas cosas que la lista sería infinita. Pero deberíamos pedir perdón por entretenernos con chorradas o por estar enganchados al consumismo puro y duro mientras convivimos con personas que duermen en la calle o se mueren, literalmente, de hambre o de sed; mientras que nosotros, yo el primero, andamos por ahí derrochando la guita en copas, discotecas, coches, etc…

8- Cada vez hay menos poesía de amor-desamor y más poesía social, poesía denuncia, poesía de la conciencia, de la experiencia… ¿qué está pasando en la actualidad con el tema más universal, el amor?
Quizá lo que pasé es que “El amor ya no es contemporáneo”.

9- ¿Qué necesita David para escribir un poema?
Algo que declarar.

10- Imaginemos mirar en los cajones de David ¿encontraríamos muchos poemas aún inéditos?
Uno o ninguno.

11- La poesía ¿es un género para minorías? ¿Para inmensas minorías?
La poesía es un género para poetas y amigos y familiares de poetas.

12- El hombre actual ha perdido muchas cosas, muchos principios morales ¿Cuáles echas de menos, David?
El del compromiso con los más desfavorecidos.

13- Pregunta número 13 para un hombre fuera de toda superstición: danos un motivo para leer poesía.
Me acojo a la Quinta Enmienda para no responder.



En la web de David González hay más información sobre el autor.

Me entero de cosas superinteresantes, como la obra de David González, en el blog Escrito en el viento de José Angel Barrueco.

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