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Escupitajos, cerveza y alfileres

22 marzo 2010

Por Maximiliano Tomas

El libro Por favor, mátame, de Legs McNeil y Gillian McCain, no sólo logró convertirse en algo así como la “biblia” del punk. También impuso un método: el de recoger testimonios en primera persona e ir ensamblándolos, por tema o cronológicamente, para que la historia vaya armándose por sí misma en la mente del lector. El método tenía varias ventajas (rescatar la memoria de los protagonistas antes de que murieran, ofrecer una impronta de verosimilitud a sus palabras, y el vértigo irrefrenable de un sistema narrativo oral manejado a la perfección) y, además, McNeil y McCain habían logrado algo casi imposible: que por esas páginas desfilaran todos, o casi todos (Andy Warhol, Lou Reed, Iggy Pop, Jim Morrison, Nico, Richard Hell y los futuros integrantes de Los Ramones, Los Clash y demás bandas punk).

Rotten. No irish, no blacks, no dogs, la autobiografía de John Lydon (aka Johnny Rotten), el cantante de los Sex Pistols y más tarde líder de PIL, abreva de la misma fuente metodológica que Por favor, mátame: largas entrevistas editadas para ofrecer la imagen de un todo. Pero se diferencia, a su vez, en el enfoque y en su finalidad: si McNeil y McCain se centraban en la escena neoyorquina, es decir, en el surgimiento y desarrollo del protopunk, el punk y el postpunk en clubes de Manhattan como el CBGB’S, el Max’s Kansas City y sus alrededores, Rotten… tiene su epicentro en Londres, Inglaterra: la ciudad desde la que el punk se proyectó al mundo y exportó una actitud de desafío y repudio a las instituciones y una estética (alfileres de gancho, ropas en jirones o de plástico y vinil, esvásticas, símbolos anárquicos, crestas de todos los colores, borceguíes), todo en apenas dos años que conmovieron al mundo.

La música rock nunca volvería a ser la misma luego de que Rotten, Steve Jones, Paul Cook y Sid Vicious editaran en 1977 el primer y único disco de la banda, Never Mind the Bollocks, con canciones irónicas y revulsivas como “Anarchy in the UK”, “God Save the Queen” o “Pretty Vacant”, que conservan, aún hoy, toda su carga de desafío y negatividad.

Se ha escrito mucho sobre los Sex Pistols, pero la mayoría ha sido sensacionalismo o periodismo pseudopsicológico. El resto ha sido puro rencor. Este libro es lo más cerca que puede haber de la verdad, ya que recuerda los acontecimientos desde dentro (…). No tengo tiempo para mentir ni para fantasear y tampoco quiero desperdiciar el vuestro. Y si no lo disfrutas, que te pudras”. Esa es la declaración de principios de Rotten en el acápite del libro. Como siempre con él, se trata de una invitación al sincericidio y lo inesperado: tómalo o déjalo. ¿Cómo dejarlo?

El primer capítulo empieza por el final de la historia: el 15 de enero de 1978, último recital de los Sex Pistols, en San Francisco, Estados Unidos. Y cerrará en el mismo lugar, 370 páginas después. En el medio, nos enteramos de que Rotten estudió en colegios católicos ingleses hasta que lo echaron por su corte de pelo, y que tuvo una vida familiar humilde pero llena de comprensión y afecto por parte de sus padres y hermanos. Más tarde lo echarían de su casa, por teñirse el pelo de verde, pero incluso hasta ese gesto es agradecido por el Rotten adulto del libro, ya que piensa que su padre lo estaba invitando a tomar su propia vida en sus manos.

Después vendrá la escena de una Londres empobrecida y sucia a mediados de los 70, y cómo eso funcionó como caldo de cultivo para toda una generación de jóvenes aburridos que buscaban una manera de sobrevivir y pasar el tiempo. El contacto con Malcolm McLaren y Vivienne Westwood, la primera audición para la banda (que estaba buscando cantante), las peleas internas, el alejamiento del primer bajista, Glen Matlock, y la inclusión en su lugar, por parte de Rotten, de su amigo Sid Vicious. Todo atravesado por la aversión de Rotten hacia las ideas preconcebidas, la homogeneidad, por lo que no sea la más pura individualidad: “Lo que me enfurecía de los Pistols era la progresiva homogeneización del uniforme punk (…) Pero la idea no era seguir una dirección sino marcarla (…) Siempre he odiado el concepto de uniforme. Si te interesa algún tipo de movimiento tienes que rechazar esas cosas, porque de lo contrario te estancas y se convierte en algo estéril”.

Rotten se reconoce aquí como un miembro de la clase obrera inglesa; un antiintelectual con inquietudes musicales (“Nunca había sentido interés por ser músico. Sigo sin sentirlo y me alegro por ello. Me considero un estructuralista del ruido”) y algunas lecturas; un tipo con una postura clara en contra de las drogas duras (“No tenía más que fijarme en los yonquis. Los miras y piensas: ¿dónde está la diversión, el placer, el sentido?”); un constructivista (“No creo que hubiera nada nihilista en los Pistols. Lo nuestro no era un camino de autodestrucción. Más bien al contrario. Era constructivo porque ofrecíamos una alternativa, no era anarquía porque sí”); un militante del caos (“Mi filosofía era el caos, sin lugar a dudas, la ausencia de normas”).

No es sólo la voz de Rotten la que aparece aquí, sino la de sus amigos, familiares, integrantes de la escena londinense y la de los Pistols que siguen vivos. Este libro, entonces, junto a Por favor, mátame y al documental The filth and the fury (2000) de Julien Temple, como las piezas fundamentales para componer un relato, el de la música punk, que a más de treinta años de su germen se muestra como mucho más interesante y compleja de lo que suele creerse.

De tomashotel

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