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Discos elementales / The Wall - Pink Floyd

02 junio 2008

Discos elementales [001]
Escribe Claudio, Vagabundo resplandeciente


Pink Floyd - The Wall

"The Wall"
Pink Floyd, 1979

El primer shock musical que experimenté fue, incuestionablemente, con ésta, la obra conceptual de Roger Waters. En ése entonces no había escuchado mucho más rock que los Beatles y los Rolling Stones, y la irrupción de este disco en mi impúber planeta fue harto significativa, porque además de fascinarme hasta límites insospechados, me sirvió como una especie de manual introductorio para interesarme por los trabajos previos de Pink Floyd, para luego, directamente conocer otros grupos claves de los sesenta y setenta, como Yes, The Who, Grateful Dead y Queen, entre tantos. Con esto quiero señalar que el mencionado álbum no fue uno más (de hecho, fue el primero que compré en mi vida, luego de haber escuchado algunos temas sueltos en un cassette, y todavía lo conservo impecable, como un pequeño gran tesoro), sino que ha tenido (con el transcurrir de los años lo he comprobado), una importancia capital en la formación de mis gustos musicales.
In The Flash?” configura un arranque arrollador si los hay, y asimismo, un verdadero preámbulo de las mil sensaciones que sobrevendrán con la escucha del disco. El riff, melódico pero muy enérgico, es inolvidable, como también el llanto del bebé que pone punto final a la pieza y que sirve como nexo para pasar directamente a la gran balada “The Thin Ice” que, conforme va avanzando, adquiere mayor oscuridad, y en donde sobresale con nitidez el influjo de Gilmour en la guitarra.
Llegamos así a la primera (con la guitarra haciendo el ritmo sin acompañamiento de batería) de las tres hiperfamosas partes de “Another Brick In The Wall”, lo que significa hacer referencia a una de las mejores composiciones de la historia del rock, repleta de riffs entre tétricos y penetrantes, siendo la segunda, con el maravilloso enlace que supone “The Happiest Days Of Our Lives” (de chico, siempre despertó mi curiosidad ese misterioso sonido de helicóptero al inicio, un momento entrañable del álbum), el portentoso coro de niños y el solo eléctrico que la finiquita, ciertamente, la más destacada y pegadiza, pese al uso abusivo que de ella se ha hecho: feroz crítica al sistema educativo inglés, que ya ha traspasado toda clase de fronteras hace muchísimo tiempo.
El genio compositivo de Waters no da respiro, y enseguida nos regala la estupenda “Mother” –de letra francamente extraña:


Mother do you think they’ll drop the bomb?
Mother do you think they’ll like this song?
Mother do you think they’ll try to break my balls?
Ooooo mother should I build the wall?
Mother should I run for president?
Mother should I trust the government?
Mother will they put me in the firing line?
Ooooo is it just a waste of time?;
esas ocho preguntas iniciales siempre me han resultado encantadoras–, que comienza con el cándido sonido de la guitarra acústica, para luego cobrar mayor vuelo con la inclusión de notas de teclado y los certeros toques de batería, a cargo del enorme Nick Mason. Merece resaltarse también el logrado dúo vocal que conforman Waters –como Pink– y Gilmour –como la madre–. Luego de apreciar esta pieza, cae de maduro que estamos en presencia de un disco que intimida (¡sí, que intimida!) al oyente.
Goodbye Blue Sky” es una tortuosa pero bellísima canción acústica, con una melodía envolvente que sólo contagia desilusión, pero en este caso: ¡bendita desilusión! “Empty Spaces” opera como aterradora introducción del rocker cantado por David Gilmour: “Young Lust”, uno de mis temas predilectos durante la infancia. No obstante que luego me haya cansado un poco del mismo, no puedo sino extasiarme con el solo de guitarra y ésa letra esencialmente lujuriosa y rockera:


Will some woman in the desert land.
Make me feel like a real man?
Take this rock and roll refugee.
Oooh, baby set me free.
Oooh, I need a dirty woman.
Oooh, I need a dirt girl.
De “One Of My Turns” es inevitable no destacar su inesperada transición, pero “Don’t Leave Me Now” eclipsa a éstas piezas finales a través de elementos simplísimos, como la suave melodía de piano, las asfixiantes respiraciones y el desolador registro de Waters, que provocan una sacudida emocional pocas veces logradas en la historia de la música contemporánea: conmovedora.
La segunda parte comienza con una canción demoledora: “Hey You”. Me animo a ubicarla entre las mejores en toda la trayectoria de la banda (una osadía quizá, pero estimo que es una elección más que justa). El riff intermedio, con el solo de David, es sencillamente glorioso. El trabajo de Roger como vocalista me parece ajustadísimo, una de sus mejores performances en toda la obra, demostrando que pese a sus limitaciones en la materia, puede emocionar, puede transmitir quizá mucho más que un excelente vocalista como es el propio Gilmour. A continuación, en “Is There Anybody Out There?” y “Nobody Home” –balada exquisita–, cobran vital importancia respectivamente la guitarra y el piano.
Luego, nos encontramos con la más sublime canción del disco: memorable, superlativa, soberbia, sobresaliente… y escasean los adjetivos posibles: “Comfortably Numb” es una de las mayores piezas musicales de la historia del rock. Gilmour acariciando las palabras (I have become, comfortably numb) en el melódico estribillo y ése solo de guitarra concluyente (no muy rebuscado, eso sí), dotan al tema de un particular hálito hipnotizador, que lo ha convertido en un clásico absoluto.
Si hasta aquí el álbum era pirotécnico, a partir de “The Show Must Go On” (o, pensándolo bien, tal vez desde el mismo momento en que se inicia la segunda parte) se vuelve un gran exceso al cuadrado. Los coros del mencionado tema, la frenética pista vocal en “Run Like Hell” y las aparatosas imitaciones de Waters en la ópera “The Trial”, sólo contribuyen a crear un ambiente recargadamente pomposo, no obstante los méritos que se pueden encontrar en cada una de estas piezas. Es patente que a la hora de elegir, me quedo toda la vida con el lado uno.
The Wall, me parece, es sinónimo de desmesura, de excesos, de opresión y de angustia. De hecho, casi despedaza la cabeza de todo oyente primerizo. Pero, al mismo tiempo, también es sinónimo de creatividad, talento y excelencia musical. Con todo, vale la pena introducirse una y mil veces, por más dolorosa que pueda ser la experiencia si se vive con verdadera intensidad, en ése caótico universo musical que concibió Roger Waters.

Esta reseña es original del blog
Vagabundeo resplandeciente.

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