EL PAIS DE LA PERESTROIKA ELECTRICA
En ruso, PERESTROIKA significa reconstrucción, renovación. Es una de las palabras –como GLASNOT, aplicada a la pluralidad y la transparencia de los procederes– de moda en la Rusia liderada por Mijail Gorbachov.
¿O debería decirse, más llanamente, en la NUEVA Rusia? Las reglas de juego que rigen hoy en la Unión Soviética han permitido la eclosión de un movimiento rockero, combativo, con características singulares, que hasta hace poco moró en el UNDERGROUND y cuyo sonido traspasa por vez primera la Cortina de Hierro. Hay para todos los gustos: HEAVY METAL, POP, PUNK, HARDCORE. Para leer lo que sigue, conviene poner el último de Zvuki Mu como música de fondo. ¿Cómo? ¿Qué en las disquerías no se consigue?
La palabra clave es glasnost, un concepto algo vago, que podría traducirse como "apertura" o “transparencia". Más que una política verificable, con objetivos claros, glasnost parece ser una "onda", una atmósfera que se respira en la Unión Soviética de hoy y, quizás, el correlato indispensable de otra idea de Gorbachov: la perestroika.
Amalgama de reconstrucción y renovación, la perestroika busca poner en movimiento la estancada economía soviética, que carga con el lastre de un abultadísimo presupuesto militar. Las metas inmediatas son estimular la eficiencia, elevar la calidad de los productos -estimada como muy baja para los standards occidentales- y permitir un moderado desarrollo de la actividad privada, blanqueando la economía "negra" que ocupa casi a un séptimo de la población total, sin reportar ningún beneficio impositivo al Estado. Y, según parece, no puede obtenerse perestroika sin una mínima dosis de glasnost…
Entre otras cosas, Chernobil desencadena una explosión de sinceramiento. Las columnas del Pravda están ahora abiertas al debate, las cartas de lectores, las críticas a la pasividad y hasta las denuncias por corrupción de funcionarios. Se habla ya de una “nueva ola" de cine soviético, cuyas primeras producciones -con un grado de crítica social anteriormente impensable- se muestran exitosamente en toda la Unión Soviética. La era de la glasnost ha descubierto, también, que el país más grande de la Tierra no era ajeno al rock. Ni mucho menos. Cada vez son más frecuentes las giras de artistas americanos y europeos, pero la prensa local y la extranjera -que se mueven con mayor libertad- han destapado la olla del rock soviético: un fenómeno con décadas de vigencia y que hoy -gracias a la glasnost- sale a la superficie mostrando una salud envidiable.
Todavía en 1983, Konstantin Chernenko se dirigía al Comité Central del Partido Comunista advirtiendo que "el enemigo está tratando de explotar la psicología de la juventud". Un año y medio más tarde, el diario juvenil de Moscú, Komsomolskaya Pravda, alertaba a quienes “juegan el juego de nuestros oponentes ideológicos, que siembran en mentes inmaduras las semillas de una forma de vida extraña a nuestra sociedad".
Resulta casi patético ver cómo la gerontocracia, temerosa de perder sus privilegios, expresa un miedo patológico a todo lo joven con los mismos argumentos, sea que vengan del Kremlin, de esposas de senadores yanquis o de personajes con uniforme, intrusos en una casa pintada de rosa. Pero la gracia empieza a desaparecer al pensar que el tratamiento ruso para los testarudos puede ser una estadía en el loquero por tiempo indeterminado, o igual lapso de trabajos forzados en zonas donde las heladeras no son necesarias. Hoy en la Unión Soviética, quizás más que en ningún otro país, el rock es símbolo de disconformidad, cuestionamiento, rabia y ganas de cambiar cosas. Elementos ya incorporados al mercado de consumo juvenil de Occidente, como jeans o camisetas con inscripciones, tienen para los rockeros rusos un valor desproporcionado, casi religioso, sólo parcialmente explicable por la dificultad que conlleva el conseguirlos.
El rock prende en Rusia a través de canales extraños. La onda corta de Voice of America, o las transmisiones captadas de países vecinos, como las de la TV finlandesa, por lejos ganadora en audiencia joven en la República Soviética de Estonia. Las grabaciones extranjeras, introducidas generalmente en forma clandestina y copiadas con voracidad. Hasta la propaganda política oficial llegó a ser vehículo de difusión. La vieja generación de rockeros, que hoy pasa los treinta años, esperaba frente al televisor con un grabador listo. Los documentales que mostraban los horrores del capitalismo incluían, inexorablemente, 15 o 20 segundos de rock and roll.
Durante años, el rock soviético creció en el underground más absoluto. Los lugares para tocar eran escasos, la publicidad de boca a boca, y la policía más numerosa que el público. La prensa oficial sólo se ocupaba del rock para atacarlo: así surgieron revistas subte, mimeografiadas, que pasaban de mano en mano hasta desintegrarse. A fines de los años '70, hubo un período de aparente apertura. Se ofreció a algunas bandas salir de la subterraneidad, grabar para el único sello del país, Melodiya, e incorporarse a los circuitos "oficiales" de conciertos. El precio del pacto era someterse a la gentil supervisión estatal y a giras extenuantes, lo que deterioró inevitablemente a quienes aceptaron esta situación "a la Mephisto". Los '80 se inician con un recrudecimiento de la actitud anti-rock por parte del establishment soviético. Ya existía, sin embargo, un sistema por el que circulaban innumerables grabaciones underground.
Todavía hoy la mayor parte del rock soviético participa de esta red subterránea. Los álbumes se graban en una noche, mezclando "en vivo", a dos pistas. El producto terminado es una pequeña cinta abierta, envasada en una cajita de cartón, que lleva pegada la reproducción del arte de tapa en papel fotográfico. Se envía una tirada limitada por correo a una serie de personas conectadas al grupo, quienes a su vez hacen más copias. Toda la operación se realiza sin que haya dinero que cambie de manos. Lo contrario sería ilegal.
Con sus fuentes de ingresos severamente reducidas, la imagen del músico de rock soviético está muy alejada de la del rock star anglosajón. Por lo general, transportan ellos mismos sus más que baqueteados instrumentos y equipos. A menudo la popularidad, en vez de traer un asedio periodístico, suscita otro muy distinto: el de la KGB y sus interrogatorios. Es que el rock soviético, que comenzara con inocentes covers de Los Beatles, es desde hace años el medio más poderoso a través del cual los jóvenes manifiestan su empacho de ideología, su indigestión de slogans, su hartazgo de una burocracia en la que no confían y su hambre por cualquier expresión de verdad.
Parte de esta verdad aflora en la temática de bandas como los moscovitas DK, abreviatura de la oficial Casa de la Cultura, quienes ya llevan grabados más de 25 álbumes. Una verdad que habla de peleas brutales entre padres alcohólicos, de la droga, de funcionarios que viven en el lujo mientras piensan “Me cago en todos ustedes”. Los trapos sucios del paraíso comunista. Algunas letras, en cambio, reproducen fielmente poemas de la época stalinista, una era de “mano dura" que ha sobrevivido por mucho a su mentor, ya que, desde hace muy poco, los líderes soviéticos parecen mostrar intenciones serias de dejarla atrás. Los versos son tan descerebradamente patrióticos, que se parodian a sí mismos sin necesidad de nada más.
Los Televizor de Leningrado son un ejemplo más “moderno", pero igualmente corrosivo. Durante el clímax de su tema Pónganse fuera de control suelen destruir en escena el aparato que les da nombre. La letra va más o menos así: "Nos monitorean desde el nacimiento, nuestros buenos tíos y tías. Crecemos como una raza obediente, cantamos lo que ellos quieren, vivimos como ellos quieren, mirando a los terroristas de arriba. Yo digo: pónganse fuera de control, derriben estas paredes. Canten lo que quieran no lo que les ordenen. Pónganse fuera de control. Podemos ser libres..."
El tema está obviamente “marcado”. No se lo debe tocar en público, aunque ahora, bajo el sol de la glasnost, haya como una vista gorda oficial. La "militia" ya no está abonada a todos los recitales. Florecen los clubes, cafés y festivales. El rock aparece por televisión, sistemáticamente…
Algo está cambiando. Glasnost otra vez. Hoy se admite que la corrupción existe, o al menos que es posible en los estratos inferiores del poder. ¿Y la droga? Lo que hasta hace algunos años "no era posible" hoy tiene admitida realidad: 46.000 heroinómanos registrados. Los fármacos corren junto al opio del sur del Cáucaso y el hashish del Mar Negro. La perestroika tiene, también como una de sus metas, reducir el generoso consumo de vodka, tan caro al ciudadano ruso pero más aún a su gobierno, por los tastornos laborales que ocasiona.
Hasta hace menos de tres años, el rock era casi mala palabra en Moscú. Hoy, en el máximo centro de poder soviético funciona el Laboratory, un ente oficial que organiza conciertos en diferentes teatros de la capital. Una de las salas más frecuentadas pertenece al Pravda, ex órgano por excelencia de la rockofobia.
Por toda la Unión Soviética aparecen las crestas mohicanas y los radiograbadores al mango, en las plazas. Desde Siberia hasta Riga, donde los heavies de August convocan a 3.000 fans, envueltos en cuero negro y tachas, cada vez que se presentan. Pero quizás sea Leningrado, con una atmósfera tradicionalmente más cultural que Moscú, la ciudad a la que podría llamarse Meca del rock soviético. Allí funciona desde 1981 el Rock Club, que atrajo como un imán a músicos de todo el país. Allí nacieron, también, grupos de la vieja guardia, como Zoo Park y Aquarium que acaba de editar su álbum "oficial" en Melodiya, una compilación de su producción underground.
Los estilos varían. Aquarium muestra influencias clásicas, los DK incorporan sesionistas de jazz y free, Black Cofee hace heavy metal, los Metro ska, el grupo Rondo “powerpop”, los JMKE y Zvuki Mu se inclinan hacia el punk y sus derivaciones.
Hasta florecen las discotecas, desde la muy "in" Le Fontana de Moscú (donde se concentran los new wavers más adinerados), hasta la Diskoteka móvil de East Bam, disck-jockey de Riga que semanalmente transporta sus cintas pirata a distintos lugares. Se baila mucho breakdance, al que East Bam emparenta con las danzas cosacas…
Pero, hasta ahora, la única estrella pop que ha producido la Unión Soviética es Gorbachov, quien recoge elogios a ambos lados de la Cortina. Su glasnost de apertura, pluralidad, discusión y autocrítica quizás sea la única palabra rusa que se incorpora al vocabulario occidental desde Sputnik. Pero mientras se habla del comienzo de una nueva era en la vida y la cultura soviéticas, algunos rockeros memoriosos recuerdan otras liberalizaciones pasadas, como la de principios de la etapa Kruschov, que sólo sirvieron para identificar a quienes saltaron gritando “libertad”. Después, nuevamente el silencio. Aunque la distinción entre las bandas under y overground parece hoy desdibujarse, son muchos los que abrigan sospechas. ¿Se profundizará la glasnot hasta cuestionar políticas de fondo? No faltan los que ven en todo esto una sofisticada maniobra para atraer a la juventud a los cauces ideológicos "normales" y los circuitos "controlables".
Más allá de las dudas acerca de sus intenciones, Gorbachov procede inteligentemente, con un realismo bastante alejado de aquel otro bautizado "socialista" por los viejos estetas del Partido. No hay que olvidar que la política se parece al ajedrez, y que los soviéticos son maestros de este juego, ya sean miembros del politburó o de un grupo de rock.
SANGRE Y ARENA
El repentino beneplácito oficial ante la rock usyka, la música rock, ha aguijoneado la suspicacia de muchos. Claro está, la de aquellos que aún creen a pie juntillas en aquello de “el peligro rojo”. Pero también, y esto es lo notable, fronteras adentro de la Unión Soviética. Los rockeros locales, forjados en la represión, el boicot oficial y la dura vida del under desconfían de la mano untuosa del político. Temen, no sin razón, que les permitan salir a la luz del día para controlarlos mejor. Si ésos fueran en verdad los fundamentos del cambio, Gorbachov estaría emulando el accionar de los políticos occidentales en la materia. En Gran Bretaña, los Estados Unidos y el resto del mundo, incluida la Argentina, la primera reacción ante el rock fue combatirlo. Luego, ya más reposados, los sustentadores del sistema decidieron oficializar el rock. Fagocitarlo, ofreciéndole oro, incienso y mirra. A primera vista, podría decirse que esa política ha dado resultado. El rock ha devenido blando, fofo, asexuado. Es como un arenero, ese rectángulo que hay en todas las plazas, donde los chicos pueden armar quilombo sin lastimarse, donde los golpes se amortiguan. Quizá los rusitos hagan bien en desconfiar. Quizá Gorbachov pretenda apañar al rock para que los rusitos se hagan los locos en ese ámbito reducido, y para que no jodan en política y en otros ámbitos igualmente inconvenientes –para el sistema, digo–. De todos modos, la estrategia del arenero no siempre hace honor a su lógica. Suele pasar que los pibes se acostumbran a la libertad de movimientos que tienen en ese rectángulo, y que, al salir de él, la reclaman para todas las instancias de su vida. Entonces se llaman Petia Mamonov, Indio Solari, Boris Grebenschikov o Fito Páez, y producen dolores de cabeza a los dirigentes, y les hacen creer que es hora de probar otra estrategia, porque el arenero ha quedado chico o –más bien– los rockeritos han comenzado a tomarse al mundo como un gran arenero. Es entonces, piensan algunos dirigentes, que llega la hora e emplear la estrategia de la sangre…
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16 abril 2008
Etiquetas: Caín, Marcelo Figueras, Medios, Música
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3 comentarios:
Hola Ariel, que bueno encontrar tan groso! material, es como encontrarse con el archivo de algún loco que aún sigue conservando éstas pequeñas joyitas (ésto, es lo bueno de la web). Desde que la memoria me acompaña, reconozco aquel aroma, recuerdo ventiladores mecánicos, teléfonos sonando, hojas rotas, sonidos amarillos y voces tuertas.Era la mismísima redacción, que en aquellos tiempos formé parte...Pero esto fue hace muuuucho.
Colaboraba para un equipo, que estaba chifladísimo.
No quisiera saber cuántas historias se tejen por acá tantas moléculas, tantos signos.
Hasta ahora no cuaja el alma, en nada de lo que eh visto circulando en éstos tiempos, pero bueh...
Como bien decís, CAIN fue el placer máximo, que todavía las conservo en papel, (safaroni de mudanzas).
Les dejo un gran abrazo a el equipo Klamahama, y sigan así que van por buenos caminos.
Bueno todo lo de Hunter / La desnudez de Monona, la momia de taco aguja / Hey Ho Let´s Go!/ Ryan Larkin, el Frank Zappa de la animación y póngale usted las comillas..., mejor, a el texto de Uma, increíble!, (es que soy madre de cuatro) y se me piantó, un lagrimon.
Beso
Pato.
Pato...por Dios, que cruel sos...dejar semejante cantidad de buena onda, intriga y alegría...y no dejar un link o mail para intercambiar y seguir en contacto. Please, te queremos en esta vereda, que las moléculas se alborotan (¿que redacción, sos periodista?). No se como pasó, pero los CAIN lovers están apareciendo y a mi la adrenalina me está subiendo.
Gracias por los elogios. Hunter está más vivo que nunca (Leo Parente puede contarte sobre el libro autografiado que se compró o del contacto que tiene con la viuda...) Las notas de Eme Eme son orgullo Klamahánico. La de Larkin, pura reivindicación. Y Uma, tenés una semana para que te hable...jajaja...
Pato, volvé y charlemos.
Beso, Ariel
periodista? Sí, de la palabra vivo...pero sin títulos pliss,+ tarde escribo a tu correo, es que estoy, ¡con mucho trabajo!!.
Chau
CAIN lovers ja!
Pato.
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