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Saló, un film moralista

07 abril 2008

Pier Paolo Pasolini

Por Juan José Salinas

Un relato superficial de algunas escenas de Saló puede sugerir que se trata de un clásico del hard-porno. Nada más errado: Saló resuma moral por todos sus fotogramas.
Realizado en 1975, su autor no pudo conocer lo que habría de suceder, en pocos meses más, en un país poblado en gran medida por descendientes de italianos. No importa. Saló no puede ser vista en Argentina sin que nos recorra un estremecimiento. Muestra, llevado a su crispación, un fascismo cotidiano: “Nosotros somos Dios aquí”, gustaba decir un marino de la ESMA ante sus víctimas, palabras que bien podrían ser aplicadas a los fascistas del film de Pasolini.
Saló no es sádica sino sadiana. Eleva el discurso del Marqués de Sade, haciendo su lectura más contemporánea: la esencia del Poder, parece decir, es el uso y abuso absoluto del otro. En Saló los fascistas prohíben cualquier gesto de ternura. Los cautivos pueden masturbarse o violarse, pero no hacer el amor. No se puede manifestar el amor. El tabú es explícito: hembras y varones deben evitar los coitos “normales” so pena de muerte, pues los amos intuyen su capacidad de generar solidaridad entre los seres.
A doce años de su muerte, la obra de Pasolini sigue siendo objeto de devoción y estudio. Una película de Gilbert Ducarne que lleva su nombre ganó en noviembre pasado un premio internacional. Achille Bonito Oliva, creador de la transvanguardia, insiste cada vez que puede en que Pasolini fue el último exponente del “artista total” al estilo renacentista. La crítica brasileña galardonó a Saló como el mejor film extranjero de 1985, dado que ése fue el año en que allí se lo estrenó.
En la Argentina también se distingue a Pasolini, aunque como autor maldito. Saló sigue sin estrenarse, y cunde la sospecha de que hay interesados de que no lo haga nunca. En 1985, precisamente, también estuvo a punto de liberársela en nuestro país. Se había lanzado incluso una campaña publicitaria, con un enorme cartel sobre el bar La Paz de Montevideo y Paraná. Pocos días antes del estreno, se recalificó a Saló como “de exhibición condicionada”, confinándosela a los circuitos porno de la costa atlántica. Pese a la insistencia de varios exhibidores, su distribuidora, razonablemente, se ha negado a estrenarla en esas condiciones.
Quizá sea ya hora de que los interesados en profundizar la democracia pongamos la carne en el asador para que Saló sea recalificada y exhibida, en consecuencia, en las principales salas comerciales. Tarea difícil, pero no imposible. Es que el testamento de Pasolini es virtualmente indigerible para una sociedad tan hipócrita como la nuestra. Saló es un tour de force en lo que hace a la denuncia del fascismo cotidiano. Y es de eso, precisamente, de lo que estamos hablando.

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