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Pensar el futuro

09 abril 2008

Hace algunos años, con el objetivo de pensar el futuro que nos podría tocar hacia el año 2033, la Fundación Ciudad de Arena convocó a escritores, investigadores, cineastas y creadores de diversas disciplinas a participar de un Programa con obras que intenten describir aquel hipotético tiempo. Cerca de cien escritores, editores, periodistas y figuras de otras cepas se reunieron a imaginar lo que podría suceder en la Argentina hacia 2033, cuando se cumpla el Cincuentenario de la Democracia iniciada en 1983, luego de “la peor Dictadura de la historia en el país”, dicen en el sitio web de la Fundación.

Y agregan: “En 1983 se abrió un período de democracia que ya lleva 25 años. Falta mucho, sin embargo, para igualar al medio siglo de continuidad institucional que el país tuvo entre 1880 y 1930. Estos cincuenta años sin interrupción se cumplirán, justamente, el 10 de diciembre de 2033.

El resultado inicial del Programa fue el lanzamiento del libro "Buenos Aires, 2033 - Cuentos sobre la ciudad del futuro" que incluye las obras "Zona de influencia", de Pablo De Santis; "Tiresias", de Carlos Gamerro; "Encarnación y Valentino", de Ana María Shua; "Todo está por suceder", de Rudy; y "Timbuctú", de Carlos Gardini.

El año exacto, 2033, no es arbitrario. En la Argentina nunca hubo, hasta ahora, más de cincuenta años de democracia continua. El récord todavía está en manos de los que gobernaron entre 1880 y 1930. En 1983 se abrió una nueva etapa (…) que cumplirá los cincuenta en 2033. Es a ese futuro al que apuesta este libro.

Los cinco escritores antologados son quienes pueden crear una Buenos Aires futura que actúe como premonición (a la manera de Julio Verne) o bien como advertencia (a la manera de George Orwell en 1984, o de Ray Bradbury en Farenheit 451). Los lectores del año 2033 quizás se sorprendan por la osadía de imaginar su ciudad desde las lejanías de hoy. Que los lectores de hoy, en todo caso, disfruten de cinco de los mejores cuentos argentinos que se han escrito en los últimos tiempos.
A continuación, un extracto de la crítica del libro publicada en Página 12, el 4 de septiembre de 2006, por la periodista Silvina Friera.

No hay robots ni viajes espaciales ni encuentros con alienígenas en la Buenos Aires del futuro. Gamerro reescribe el mito de Tiresias en ese hipotético 2033, con piquetes de analógicos que exigen plenos derechos digitales con piedras y palos. La conexión a la red se ha vuelto impensable y no hay situación que no se pueda vivir, ni sentido que no se pueda estimular, en una experiencia de sesiones múltiples.

En el noticiero desopilante que imagina Rudy –patrocinado por una empresa que ofrece un “generador automático de ideas”–, se informa que el gobierno abolió la diferencia entre la noche y el día por considerarla discriminatoria, que el presidente Mario Blanco Saavedra reclama más apoyo a sus opositores y menos críticas a sus partidarios, y que siguen apareciendo “falsos embarazos” de jóvenes varones. Y todo puede ser noticia, pero hay una perlita internacional: la premier israelí y su par palestino son madre e hijo, y ella le advierte que considerará “un grave insulto de consecuencias internacionales imprevisibles el hecho de que no la llame por teléfono para ver cómo está”.
En Encarnación y Valentino, Shua explora una historia de amor entre dos jóvenes que estuvieron tan acostumbrados a vivir largamente la guerra, que la declaración de paz puede resultar una noticia sin importancia.

La ciudad no cambia tanto, salvo por esa enfermedad misteriosa que aparece en el relato”, dice Pablo De Santis, autor de Zona de influencia, en la entrevista con Página/12. “La literatura siempre tiende al pesimismo; las visiones acerca del futuro han sido más bien oscuras y siniestras porque en una imaginación muy feliz no hay muchas cosas para narrar.” En el cuento de De Santis, el doctor Sáenz cree encontrar una cura para el mal que aqueja a la ciudad. Sin embargo, la pócima le sale como a Jekyll y en cada rincón reaparece Hyde bajo la forma de objetos que sólo se deterioran si el paciente muere. “La idea es qué pasaría si lo que tenemos adentro saliera afuera, porque siempre queremos mostrar algunas cosas y ocultar otras”, señala el escritor sobre la recreación de la maldición de Tlon, que nos condena a crear objetos de la nada y contra nuestro propio deseo. De Santis opina que la tecnología en la literatura siempre es difícil de manejar. “Las novelas de Flaubert y de Brontë nunca atrasan, pero las de ciencia ficción siempre, lo mismo sucede en el cine. Lo primero que envejecen de las películas son los uniformes de los personajes del futuro, que tienen esos joggings amarillos pegados al cuerpo. Es muy difícil imaginar algo que no envejezca de inmediato”, plantea De Santis. “Cuando se hace una novela de ciencia ficción ‘realista’, se traza una hipótesis sobre los problemas del mañana. Y es muy curioso porque nosotros, que somos el futuro del pasado, tenemos preocupaciones que no tienen nada que ver con lo que se proponía en esasnovelas –compara–. Uno de los íconos de la ciencia ficción fue el robot, pero hoy es completamente marginal dentro de la tecnología.” Otro tópico obsoleto son los viajes espaciales. “Cuando tenía 6 años el hombre llegó a la Luna y fue un acontecimiento. Pero ahora cada vez que se hace un viaje espacial, apenas sale en el diario una pequeña columna; es algo que no forma parte de la imaginación popular y que ha quedado totalmente desplazado.” Según De Santis, la literatura fantástica atrasa menos porque se mueve fuera del tiempo. “Nunca trabaja con el futuro sino con el pasado, siempre habla de un pasado que de pronto aparece en el presente”.

En Timbuctú, el cuento de Carlos Gardini, Buenos Aires está escindida en dos partes: el mundo “normal”, del que nada se sabe, y el barrio de Timbuctú, especie de zona franca para los esclavos de la Dama Negra. En este barrio, “el Paraíso del Paria”, hay adictos que vomitan en las calles, proxenetas, prostitutas y predicadores, muchas botellas rotas en veredas desparejas y la música esquizoide del neotango. “Es una ciudad más lumpen y empobrecida –admite Gardini–. Muchos elementos del relato surgen del presente, es una radicalización de aspectos que ya están en la realidad urbana. Lo que hago es mirar el presente y proyectarlo en el futuro. Buenos Aires en 2033 será una ciudad delirante porque éste es un país delirante”. El escritor añade que no es necesariamente un pesimista. “Uno piensa que todo está mal, pero la lucha entre lo bueno y lo malo es algo eterno. No soy pesimista porque no soy demasiado optimista –bromea el autor–. Tengo fe en el ser humano. Creo que viviremos con la miseria y con el heroísmo, tensión que representa lo que somos: mitad ángeles, mitad animales.” Gardini, lejos del cliché de “dar la vida por la patria”, encuentra el heroísmo en los pequeños detalles: “El hecho de tener fe en los sueños es un acto de heroísmo. Escribir puede ser también un acto de heroísmo, no porque me considere un héroe, sino porque creer en el arte es un acto de fe, y eso nos redime un poco”.

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