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Saló, la historia

07 abril 2008

Pier Paolo Pasolini

EL FILM-PECADO QUE NO PODEMOS VER

No se puede proyectar un film calificado “de exhibición condicionada” en Buenos Aires, donde las salas especiales no existen. Pero nadie puede impedir que su historia sea contada…

El norte de Italia, en 1944, durante la ocupación nazi-fascista. Encerrados en una lujosa mansión, cuatro hombres ponen a punto el estatuto que habrá de regir la República de Saló. De semblante adusto, todos con trajes oscuros, estampan su firma al pie del novísimo documento. Uno es el Duque. Otro, el Señor Presidente. Otro, Su Excelencia. El último es el Monseñor. "Todo es bueno cuando es excesivo", dice uno: la palabra que emplea es exceso. No lejos de allí, tres jóvenes pasean en sus bicicletas. Un automóvil les cierra el paso: de él descienden hombres armados, que toman prisioneros a los jóvenes sin ninguna contemplación. Nadie les explica por qué. Nadie les dice adónde los llevan...
Los cuatro jerarcas examinan a los prisioneros, todos jóvenes, de ambos sexos: suman varias docenas. Piden referencias sobre ellos a los guardias. "Este es de Castelfranco, de una familia subversiva", se oye decir a uno. Dado el visto bueno, los trasladan a Saló. En el camino, un joven trata de escapar. Los guardias lo dejan pasar delante de sus narices: entonces le disparan. Por la espalda. Una vez allí, se reúne a todos en un patio. Desde el balcón de la casa, el Duque pronuncia el discurso inaugural. "Débiles criaturas destinadas a nuestro placer: espero que no piensen encontrar aquí la estúpida libertad concedida en el mundo exterior”, dice. "Están fuera de los límites de toda legalidad. Nadie sabe que están aquí. En lo que respecta al mundo, ustedes son cadáveres. Y éstas son las leyes..." Por la mañana, todos se reúnen en un gran salón. Una vieja prostituta, la señora Vaccari, comienza a narrar un cuento, cuyo objetivo es “enardecer la imaginación" de los presentes. Una pianista provee la música adecuada para la ocasión. Exaltado por la historia, uno de los jerarcas quiere fornicar con un joven. El chico se niega. El Señor Presidente anota su nombre en un libro negro, para tenerlo presente a la hora de dispensar los castigos.
Las prisioneras deben servir la comida. Están desnudas. Un guardia comienza a violar a una de ellas. El Señor Presidente enseña su trasero al resto de los guardias, y termina suplantando a la prisionera en el rol del violado.
Por la noche, los jerarcas deciden formalizar "el primer casamiento" de la República de Saló. Escogen para ello a Sergio y a Renata, dos prisioneros que apenas se conocían. Concretan la farsa de una ceremonia, los desnudan e incitan a hacerse el amor allí, delante de sus ojos. Cuando están a punto de penetrarse, los separan y los violan. Crecientemente divertidos, los jerarcas obligan a todos los prisioneros a comportarse como perros. Sin ropas, en cuatro patas, con correas e imitando los ladridos, deben mendigar para recibir algo de alimento. "Ver que otros no gozan es lo que me produce goce", reflexiona el Duque. “Soy más feliz que esa canalla a la que se llama pueblo…”. Ofuscado, Su Excelencia esconde clavos en un trozo de torta, y lo da a comer a una de las "perras". Hambreada, la prisionera muerde con fruición: su grito de dolor produce risas entre los jerarcas.
Otra prostituta, la señora Maggi, inicia su cuento. Dice haber asesinado a su propia madre. Una de las prisioneras, cuya madre fue asesinada al intentar defenderla del secuestro, se lanza a llorar e invoca a Dios. Esa mención le vale ser anotada en el libro negro. No satisfecho, el Duque defeca en el piso y la obliga a comer sus heces. La ocurrencia prende en la mente de los jerarcas: deciden no desperdiciar la mierda de nadie, para utilizarla luego como alimento en un banquete. "Nada peor que el aliento privado de algún olor", dice Su Excelencia, y besa al jovencito vestido de novia con el que acaba de casarse.
Sigue un "concurso de belleza" en el que deben optar por el trasero más bello. El ganador o la ganadora, coinciden, será asesinado de inmediato. "Sólo hay una cosa más voluptuosa que el acto de un sodomita.. el acto de un verdugo", se explica el Monseñor. Escogen a un muchachito. Los guardias lo aferran y colocan el caño de una pistola sobre su sien. Disparan. El arma estaba descargada: se trataba de un fusilamiento fingido. "Imbécil, ¿no sabes que quisiéramos matarlos una y mil veces?", se mofan de él. El Duque, el Señor Presidente y el Monseñor deciden desposar a tres muchachitos. Se visten de mujeres. Durante la ceremonia obligan a todos los prisioneros a fingir alegría, amenazándoles de muerte. Por la noche comienzan las delaciones. Alguien denuncia que una joven conserva una foto bajo su almohada. Esta, para salvarse, denuncia a una pareja de lesbianas que, a su vez, revelan el romance de uno de los guardias con la criada negra. Furiosos, los jerarcas apuntan al "traidor" con sus pistolas. Luego abren fuego. El último cuento, a cargo de la tercera prostituta, describe minuciosamente una larga serie de torturas. Vestidos como emperadores, sentados en un trono, los jerarcas observan desde sus aposentos las torturas a que someten a los prisioneros. Por primera vez, la pianista detiene sus manos sobre el teclado. Se encarama a una ventana y salta, estrellándose contra el piso de piedra. A partir de ahora, la música ostenta un aire religioso, sacro. Con un largavistas, el Duque ve cómo queman el pene a uno de los jóvenes. Queman, también, los pezones de una muchacha. Cortan la lengua a otro. Violan a una prisionera, para luego ahorcarla. Vacían un ojo con una cuchilla. Arrancan el cuero cabelludo. Tomados de los brazos, los jerarcas bailan entre los muertos...

Nota de Klamahama: el autor de este texto no incluyó su firma. Sólo contamos con los nombres de las personas que trabajaron para la realización del suplemento y, al igual que las ediciones anteriores, el periodista Marcelo Figueras estaba a cargo. Suponemos, entonces, que la nota es suya.
Escena de Saló

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